martes, 27 de diciembre de 2011

CUESTIÓN DE CANTIDAD


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CUESTIÓN DE CANTIDAD

Un hombre penetró en el bar.

-Dame un poco de agua en una botella que no te sirva, muchacho. Es para echársela al coche -se dirigió exigente al camarero.

La inexacta explicación le fue suficiente al barman; le llenó una botella y se la colocó al alcance de la mano al otro. La cosa no acababa ahí.

-¿Por qué me la has llenado de agua, si te he pedido sólo un poco?...

El individuo, sin tocar la botella, se regodeaba con su amonestación irrefutable.

-Perdone, creí que era para el radiador -dijo el camarero, y vació la mitad del agua que contenía la botella. Volvió a situar la botella sobre el mostrador.

-¿Está bien así?

Los ojos del hombre bailaban en las órbitas con gozo maligno.

-No, porque como es para el radiador del coche, la necesito llena. Y puede que aun así no sea suficiente.

-Y por qué no la ha tomado cuando estaba llena -replicó, ya harto de tanta estupidez, el de la barra.

-Es para que aprendas a darle a la gente lo que te pida; ni más, ni menos.

-Bien, usted a pedido un poco de agua, ¿no?

-Eso es.

-¿Y qué dígito, qué cifra, qué cantidad numérica es para usted “un poco” de agua, señor?

La sonrisa se le esfumó al sujeto.

-No te hagas el listo conmigo, muchacho. Y ten más respeto con la clientela si no te quieres ver en problemas -amenazó descaradamente.

-Pero si usted es la primera vez que entra en este local, y no precisamente para consumir... Que a la vista está.

-Y menos que voy a consumir a partir de hoy. ¡Si será maleducado el muerto de hambre éste!

El cliente, pinciano de clase obrera, violento, salió del local con la botella de agua en la mano. No retornaría el casco.

Pasar más hambre que el lagarto de Jaén.
(Dicho de Valladolid)
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Obra de José Ruiz DelAmor
De "Crónica Negra de Pucela"
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jueves, 22 de diciembre de 2011

LA IDENTIDAD

LA IDENTIDAD

-Me enteré de tus andanzas y avatares escuchando Radio Almenara.

-Sí, es lo malo que tiene el ser un personaje público: tarde o temprano todo acaba

siendo publicado. Público, publicado... Por cierto, ¿por qué utilizas palabras como esas:

andanzas y avatares?...

-Es que estoy leyendo novelas de caballería, como El Quijote, y se me han pegado

algunas de sus expresiones lingüísticas.

-Bueno, podría ser peor.

-¿Qué quieres decir?

-Pues que podrías haber estado leyendo obras jurídicas, y se te habría pegado algo

del lenguaje forense, lo cual habría sido bastante molesto para mí.

-Sí, claro, como tú acabas de salir de prisión por lo de Marbella.

-Sí, por eso lo digo. Uno ya está harto de tanto oír hablar palabras arcaicas en

desuso. Hasta los mismísimos...

-Lo comprendo, siento habértelo recordado.

-No pasa nada, hostias, a todo se acostumbra uno.

-Ya, pero los periodistas no te dejarán en paz.

-Eso sí que es malo, no puedes moverte por ninguna parte sin que te echen sus

cámaras fotográficas a la cara, ¡los muy buitres!

-Y ahora qué harás.

-Tratar de vivir poco a poco... el tiempo que me quede.

-¿No le echaste cuento a lo de tu enfermedad en la cárcel?

-Bueno, algo sí, pero también es verdad que no gozo de buena salud. ¿Para qué

contar?..., cosas de cada uno.

-Por lo menos ella no te ha dejado de lado, ¿verdad?

-Sí, esa es mi fortuna, me sigue siendo fiel, la santa. Es mi consuelo.

-Algo te queda. Y algo te quedará de lo que te llevaste, ¿no?

-¿Llevarme yo?... ¡Que yo no he cogío ná que no fuá mío!... ¡A ver si to`l mundo

s`entera, cojones!... Si te doy una hostia te desparramo los sesos, capullo. Serás pedazo

de imbécil, desgraciao... ¿Y tú eres un amigo?... ¿Tú eres amigo mío?...Tú eres un hijo

de la gran puta, cabrón de mierda.

-Perdona, Julián... ¡Coño, cómo te pones enseguida por nada!

-¿Por nada? ¿Por nada?... Gilipollas, si tú tuvieses que pasar lo que yo he pasao te

ibas a enterar de lo que es bueno, mamón.

-Bueno, me voy, te dejo, que parece que no tienes un buen día. Adiós.

-Sí, vete, subnormal de los huevos, ve a que te den por el culo, maricón de playa.

¡Habrase visto el infeliz!...

La tormenta fue amainando. El hombre es bueno, los hombres son malos; y dos son

ya una multitud.
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Obra de José Ruiz DelAmor

martes, 20 de diciembre de 2011

INTELIGENTE

INTELIGENTE


-Es Vd. muy inteligente -halagaba uno.

-No, señor -le respondió el otro-; lo que sucede es que Vd. lo es muy poco.
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Obra de José Ruiz DelAmor
Microrrelatos
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miércoles, 14 de diciembre de 2011

LA MEMORIA

LA MEMORIA

Perdí la memoria, y a día de hoy no puedo recordar cuándo, dónde ni cómo fue. Mas encuentro algo extraño en el suceso: ¿cómo puedo recordar que he perdido la memoria?
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Obra de José Ruiz DelAmor
De "Microrrelatos"
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sábado, 3 de diciembre de 2011

LA BALSA

LA BALSA



Para Albert Einstein, en apoyo

A su teoría sobre la relatividad



Lo que creo veo



Según tengo entendido y creo, el año era o fue 1966, pero dejémoslo dada mi

inseguridad manifiesta en un año cualquiera de la decada de los 60. Acababa de

amanecer setiembre, época de migración de los parias, y, como las aves ante el frío, los

desposeídos de la piel de toro, los últimos en el ranquin profesional español, los

trabajadores u obreros eventuales sin cualificar, sobre todo rurales, embestían la frontera

del norte rico, irrumpiendo con sus penas en la maleta y su hambre en el estómago y en

el corazón, su bota de vino barato al hombro junto a su guitarra, y su chusco de pan

duro bajo el brazo: a la Europa. Se cruzarán en su camino con las aves migratorias que

vienen a sentar plaza a las tierras que ellos dejan, para en gran parte ser cazadas por

caballeros de renombre y alcurnia blasónica. En el éxodo, arrastra tal evento a pueblos

enteros, principalmente de la geografía sur de España, con gran contento para los

dirigentes de la red de ferrocarriles del estado, monopolio, que veían, ven y verán, cómo

setiembre y octubre, ida y vuelta de estos desharrapados, se convierten en verdaderos

agostos para su negocio, justificándose así a las claras la Ley de la Relatividad de Albert

Einstein.

Sentado cómodamente sobre uno de los bancos de unos de los departamentos de uno

de los vagones, de uno de los cuatro vagones considerados como de segunda, y

realidad, última categoría, Juan del Soto, calasparreño para más señas, se sentía

exultante y amenguado al mismo tiempo ante la inmensidad y magnitud de los paisajes

y ciudades desconocidos que se le mostraban… (¡Pues no era grande este mundo ni

nada, rediós!...)

Juan del Soto, Nico para los amigos, jamás vislumbró otros horizontes lejanos que no

fuesen los de su Calasparra natalicia; quedó exento del servicio militar por exceso de

cupo, que por causa de minusvalía física, nunca gozó de la oportunidad ni la necesidad

de despedirse de su tierra; ni tan siquiera a los pueblos vecinos visitó: ni estuvo en la

altiva Caravaca de la Cruz, tierra de dos religiones, ni fue a la rica Cehegín, pueblo de

viejos blasones, ni visitó la humilde Moratalla, villa de belleza callada. Entre la siega

del esparto y el cuidado del par de fanegas de tierra, herencia familiar, había

transcurrido su vida sin sobresaltos ni agitaciones, hasta ahora, en el meridiano de su

andadura vital.

En fin, a Nico, de Juanico, todo le parecía nuevo y maravilloso visto al través de los

cristales de su departamento que compartía con, aparte de gran número de bultos

acordalados y maletas de madera cascarrada, varios hombres, mujeres y niños, todos de

su pueblo o convecinos; todos oliendo a tierra y sudor entremezclados…, los niños con

zapatillas clocas. Excepto él, todos dormían a pierna suelta, o encogida, dada la falta de

espacio del compartimento. Era de noche, ¡pero había tanto que ver!... Retenía…,

intentaba conservar en la memoria cada nombre de los pueblos por los cuales pasaba o

estacionaba el tren: Cieza, Jumilla, Villena, Onteniente, Albaida, Játiva, Carcagente,

Alcira…

Fue poco antes de alcanzar a ver la ciudad de Valencia, capital del reino, la de las

fallas y ninots. Había quedado atrás La Albufera, que Nico no vio a causa de las

sombras que arropaban aún al alba. Ahora, ya despuntaba el sol, naciendo del mar, de su

diario baño nocturno. Por entre el follaje de los árboles y las almenas de los caseríos

entre naranjos, se asomaba tímidamente el Mar Mediterráneo a retazos. Nico no podía

descubrir gran cosa de éste, salvo una larga franja lisa y brillante, retijante merced al sol

que chapoteaba entre las olas de faralá burbujeantes.

Al principio creyó que aquello era un río. Un río grande, muy grande, eso sí; el más

grande que había visto en su vida; pero conforme la vía férrea se aproximaba más a la

costa y pudo calibrar las relativas enormes dimensiones del regajo de agua, se definió en

su mente qué cosa fuera aquella.

Dio un codazo bastante desconsiderado y descortés en las costillas de su más cercano

acompañante, que tuvo la virtud de despejar por completo a aquél, e indicándole con

una cabezada el azul de fondo de la ventanilla del compartimento, exclamó soliviantado

por la emoción y cómplice, pues necesitaba compartir con alguien su reciente

descubrimiento:

-¡Pos no tiene que tener pasta ni nada el tío que se ha hecho la balsa esa tan grande,

tú! (sic).
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Obra de José Ruiz DelAmor
De "Cuentos Costumbristas Murcianos"
Publicado en alguna página de Internet que no recuerdo
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miércoles, 30 de noviembre de 2011

LOS TAPICES



EL TAPIZ
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Cometer deslices
respecto a tapices...

El viejo matrimonio de ricachones americanos recorría los amplios salones del viejo castillo europeo, centroeuropeo para ser más exactos, eligiendo los tapices con que cubrirían los muros que restaban desnudos del castillo inglés que compraran hacía dos años, transportado piedra a piedra hasta su nuevo emplazamiento en Ohio, de donde eran oriundos. Caído en desgracia a causa del juego, era el mismo propietario del castro quien hacía las veces de cicerone e intermediario en la venta. Estaba a la venta todo el mobiliario y el mismo castillo. Esperaba que el producto de lo vendido a aquellos podridos de dinero le diese lo suficiente para cubrir la totalidad de las deudas de juego contraídas hasta el momento presente.

Los americanos deambulaban, ora adelantándose, ora rezagados, entusiasmados en sus descubrimientos ante la apatía del propietario, paciente y calmo.

-¡Éste!... ¡Este es el que más me gusta! -oyó a la señora decir mientras señalaba hacia un rincón del salón que visitaban. Miró hacia ellos mientras su esposo asentía en señal de aprobación, y quedó perplejo. ¿A qué se referirían?... Aquel ángulo del salón, en lo que podía recordar, estaba completamente vacío. Movido por la curiosidad se acercó, mientras el opulento hombre de negocios americano confirmaba el buen gusto de su esposa:

-Sí, también a mí me gusta mucho este tapiz. Es muy original.

Cuál no sería la sorpresa del noble cuando al llegar donde éstos se encontraban coligió la naturaleza verdadera del referido tapiz: una enorme, polvorienta y deshilachada telaraña centenaria.
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Obra de José Ruiz DelAmor
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ERA


ERA
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Érase una vez que se era una era.
La era era una era del erario público.
Y era una era que era para aventar lo que era procedente de la era.
Lo que era, era.
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Obra de José Ruiz DelAmor
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martes, 22 de noviembre de 2011

LITERATURA DE RETRETE

LITERATURA DE RETRETE

Caga feliz,
caga contento,
pero ¡coño...,
caga dentro!

(Recriminación de W.C.)

¿Nunca han entrado en el váter de un bar, biblioteca (aquí sí tienen verdadera razón de existir), urinario público, etcétera... y se han entretenido leyendo las leyendas escritas, generalmente, a bolígrafo (extraño sería verlas escritas a dedo, lo cual diría poco en favor del aseo personal del autor) en la jamba interior de la puerta, en los rebordes del marco y sobre el yeso de la pared o en los manises claros...? Yo sí, y entre ellos háylas de una exquisitez excelsa -ya que no exquisita- y un carácter literario innovador. En fin, que disfruto como un burro en un patatal cuando descubro estos textos de apresurados literatos y hallo novedades sobre los ya leídos anteriormente por uno.

Bien conocido es el axioma matemático sobre el amor:

El amor es elevar el miembro a la máxima potencia,
encerrándolo entre paréntesis,
sacándole el factor común
y reduciéndolo a la mínima expresión.

El amor a las Ciencias Económicas también encuentra su propia definición en estas malévolas páginas:

El amor es un negocio redondo:
Se mete más que se saca.

Hasta el Derecho Político halla su propio apartado:

El amor es una verdadera democracia
porque disfruta tanto el de arriba
como el de abajo.

Los grandes filósofos griegos también hallan cabida en la literatura de retrete de gusto más refinado:

Lo demostró Aristóteles,
lo confirmó Platón:
la última gota siempre
cae en el pantalón.

Algunas de las leyendas hacen gala de un muy fino sentido del humor:

¿Hace calor, verdad?

Reivindicaciones vetustas del movimiento hippy:

La hierba no se pisa,
¡se fuma!

Tendencias sindicales:

El día que la mierda
tenga algún valor,
los pobres dejarán de cagar.

Machismo recalcitrante:

Si cagas sentao
eres un cabrón domao.

Hay pintadas de un gusto más que dudoso:

¡Follar a las enfermeras y limpiadoras!

Aun cuando se enmascaren de poesía insultante:

Con tu madre y con tu hermana,
mejor en la cama.

Extrañas:

El pobre de Sabina
perdió la metralleta;
al no tener pilila,
dispara con las tetas.

Con apariencia de declaración amorosa:

Aunque seas rubia y pecosa,
eso no me importa,
porque para mí,
siempre serás la más hermosa.

Consejos sobre el modus operandi del lugar en que te encuentras:

Caga tranquilo,
caga contento,
pero ¡capullo!
caga dentro.

Exaltaciones en renovadas salomas marineras:

Si tu fueras barco,
yo me metería a pirata
para descubrir el tesoro
que tienes entre las patas.

Incluso más belicosas:

Si tu chucho fuera un barco
y mi picha un cañón,
armaríamos la guerra
de la China y el Japón.

Retos circenses de gran altura (y a tal altura escritos):

Quien quiera ser titiritero
que llegue con la polla a este letrero.

Supuestos biológicos:

Si el coño tuviera dientes,
como tiene fortaleza,
a la polla más valiente
le cortaría la cabeza.

Más leyendas urbanas informátivas:

Aquí se caga,
aquí se mea...
y el que tiene ganas
se la menea.

Pero dado que el presente meódromo no posee más sentencias literarias de interés, es tiempo ya de abandonar el culto recinto, sin olvidar limpiarse pulcramente el trasero y tirar de la cadena para que la catarata del embalse superior arrastre a las profundidades del subsuelo urbano nuestras intimidades más execrables.
Aunque, lamentablemente, las leyendas se repiten con demasiado exceso, tarde o temprano acaba uno por descubrir alguna nueva joya literaria de factura breve de anónimo autor en algún cagadero visitado, engrandeciéndose así poco a poco la preciosa literatura de W.C.
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Obra de José Ruiz DelAmor
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lunes, 31 de octubre de 2011

EL BOSQUE ENFANTASMADO

EL BOSQUE ENFANTASMADO

Las aguas, al reunirse, cubrieron carros,
caballeros y todo el ejército del faraón,
que habían entrado en el mar en seguimiento
de Israel, y no escapó uno solo.

(Exodo, 14, 28)

El perro husmeaba por entre las atochas seguido de cerca por los dos hombres, pendientes de todos sus movimientos. Uno de ellos, armado con carabina de precisión y vestido con apropiada ropa de camuflaje de color verde mustio a rodales terrosos, sombrero símil y botas relucientes, demasiado para el propósito incluso, de cuero marrón, ornaba su pulcro afeitado con un fino y cuidado bigote de guías caídas; el otro, cargado con el resto de los apechusques cinegéticos, al contrario, vestía chaqueta parda ajada sobre camisa de percal sin cuello, pantalón de pana marrón y faja negra al cinto, tocada la cabeza por una boina capada y la base por unas traídas esparteñas, cubría su ajado rostro una rala barba, terrosa y amugroñada.

-Paece que ha encontrao algo, señor Conde -dijo éste último.

-Ya lo he visto, tío Juan, ya lo he visto -contestó con hastío el elegante.

El can parecía ahora más nervioso, había aumentado la velocidad de sus movimientos y su, breve y atractiva, cola se agitaba sumamente excitada.

-Venga, tío Juan, vamos a colocarnos en buen ángulo... que no se nos vaya a escapar ahora esta pieza.

Se situaron cerca de la ladera de la planicie sobre la cual se hallaban a instancias del llamado tío Juan, considerando éste que desde tal posición evitarían que la presa huyese cuesta abajo, fuera de su campo de visión.

-¿Quié usté que tire yo tamién, señor Conde?

No era apreciable en la entonación de las palabras del lugareño el menor rastro de la ansiedad propia de un cazador; era su espíritu de lacayo quien deseaba mostrar su buena disposición a colaborar en la empresa, en provecho de su amo.

-Síii..., tío Juan, tire usted también -concedió el conde de mala gana. Hablaban quedo por hábito ante la cercanía presentida de la presa a cazar.

Aguardaron a que la pieza perdiese los nervios y se echase fuera de las espesas atochas que la celaban; ya se tardaba lo suyo no obstante.

-¡Vrigile osté bien por tuiscas partes, señor Conde, que ande menos se piensa salta la liebre! -advirtió el tío Juan a su amo y señor.

Las palabras voluntariosas del campesino, lejos de serle agradecidas, como tantas y tantas veces, ahora también tuvieron la virtud de irritar al prócer.

-¡Cállese..., cállate, tío Juan! A mí no me hacen falta consejos. De nadie... Y muchos menos
tuyos.

¡Decirle a él, experto en mil peligrosas cacerías por las selvas africanas un labriego lo que debía o no hacer...! ¡Habráse visto la desfachatez del palurdo gañán!

Al pronto, el can se inmovilizó cual una estatua de granito frente a una tupida atocha semi
acamada.

El signo era inequívoco para los dos hombres: la pieza estaba casi descubierta.

La aparición de la oculta presa no se hizo esperar más. Del raigón más próximo al chucho estático surtió una especie de rayo peludo de largas orejas puntiagudas.

-¡Es una liebre, señor Conde!

El señor conde no atendía al comentario, por lo demás innecesario, del tío Juan. Con el rifle de mira telescópica que hubo tomado del hombro de aquél previamente, seguía la veloz carrera de la liebre, esperando el alineamiento propicio para abatirlo; no le agradaba el desgaste superfluo de cartuchos: él mataba al primer disparo. Siempre. Siempre que mataba.

El tío Juan imitó a su amo echándose la escopeta de menor calibre y precisión al rostro, y esperó humildemente a que el conde disparase. Sólo en caso de fallar éste, dispararía él. Ya le había enterado a su señor con su larga experiencia de vida campestre que a los conejos y, sobre todo, a las liebres, hay que matarlos antes de que tengan tiempo de correr mucho, que si no se les endeña la sangre y, después, es peligroso comer sus carnes envenenadas. Pero el conde hacía oídos sordos a todo lo que procediese de un inferior social; no había nacido, en realidad, ni nacería nunca la persona que viniese a decirle a él qué tenía o no qué hacer y cómo y cuándo; seguir un consejo, hubiese representado para él someterse al criterio de una mente superior a la suya, algo a todas luces inaudito, el reconocimiento de su propia ineptitud, y... ¡eso nunca! Así pues, y siguiendo su dictatorial sentido crítico, el conde, en opinión del tío Juan, había dejado ya correr demasiado a la liebre, y su sangre estaría plagada por gran cantidad de toxinas venenosas; la carne ya no serviría para el alimento de seres humanos.

La liebre hendió la pequeña meseta y se deslizó por el raiguero abajo, con la segura rapidez de quien sabe hacia dónde se dirige; salió al descampado, y marchó como una bala hacia una isleta de pinos que brotaba destacadamente en medio del despoblado campo.

El conde disparó al comprender la maniobra evasiva del roedor; si lograba internarse en el tupido bosquecillo de pinos conseguiría un resguardo bastante seguro, una relativa salvación. El disparo no tuvo efecto alguno sobre la marcha del mamífero, antes bien, sirvió como acicate para que éste incrementara su marcha. Se elevó una diminuta estela de polvo blancuzco tras de la liebre. Nada más.

Disparó su segundo cartucho con el mismo resultado fallido, y una décima de segundo más tarde atronó el bramido de la vieja escopeta del tío Juan. La liebre hizo una especie de cabriola y pareció ir a caer, pero sin embargo continuó su carrera, aunque con mayor lentitud, hasta lograr perderse en el interior del prieto arbolado del bosquecillo de pinos.

-¡Le he dado, le he dado! -exclamó alborozado el prohombre, sumamente orgulloso de su gesta insignificante.

Todo había sucedido en un breve lapsus de tiempo.

El tío Juan le miró con el falso orgullo hacia las proezas ajenas que conllevan unos posibles beneficios para quien rodea al héroe. Cuando el conde hubo errado su segundo y último disparo, él hizo el suyo con cierta precipitación que le impidió afinar bien la puntería. Aun así, todo había salido a pedir de boca: el conde creía, o quería hacer creer que creía, que fue su cartucho el que hiriera a la pieza, y esto era todo lo que deseaba el tío Juan de aquellas circunstancias: permanecer siempre por debajo de su superior para no incurrir en su ira.

Las posteriores ojeadas que su amo le lanzó, hicieron comprender al labriego que le recriminaba por su acierto. Quizá, sin duda, hubiese preferido que la liebre escapase ilesa antes que verse humillado -según él, claro- por su sirviente. Si se cobraba la liebre se vería pronto que las postas pertenecían al menor calibre del arma del tío Juan. Pero eso no podía suceder: no podremos cobrar la pieza, pensaba el tío Juan, con buenas razones para creerlo así. Es imposible... Podía estar bien tranquilo.

-¡Llama al perro y vamos abajo! -ordenó el conde dejando en brazos de su subalterno el arma y echando a andar pendiente abajo.

El anciano rural sintió una punzada de aprensión.

-¡Pulgas, ven aquí!

El perro acudió con presteza subiendo la cuesta que hubo salvado yendo en persecución de la montaraz liebre. Pasó junto al noble, y trotó a las haldas del viejo hombrecillo en seguimiento del amo y señor de ambos.

-¡Señor, señor...! -casi imploraba el tío Juan al poco, tratando de dar alcance al conde. Sus peores temores parecían confirmados.

El blasonado personaje se revolvió casi con fiereza salvaje hacia el rostro perplejo del importuno paleto.

-¿¡Qué!? -repuso con sequedad suma.

-Señor, señor... ¿no irá usté a meterse en ese fosque, verdá? -interrogó ingenuamente el tío Juan, acercándosele tímidamente. Al perro de caza se le veía inquieto.

El conde entornó los ojos, llameantes de enojo por la exasperación que le producía aquel a quien consideraba un energúmeno. Qué majadero era el individuo al considerar a aquellos cuatro pinos un bosque.

-¿De quién es ese bosque? -le espetó en la cara al campesino como quien escupe al rostro de su enemigo.

-Suyo y muy suyo, señor Conde... Pero es que resulta que no se pué dentrar ai adentro.

-¡Cómo que no puedo entrar ahí!... ¡Yo entro donde me da la gana! -El aristócrata no estaba
dispuesto a transigir lo más mínimo. -Me gustaría saber quién es el guapo que me va a impedir
entrar.

-Es que... verá osté, señor Conde, ese fosque está visibilao -afirmó el campesino como si tal hecho no admitiese réplica alguna.

-¡Qué!...

-Sí, señor Conde. Que está henchizao, enfantasmao, y el que entra ai ya no vuelve a salir en jamás de los jamases pa insécula seculera. Toos los de por aquí lo saben de cierto que es asín. -La cosa no podía estar más clara.

El conde se sonrió. ¡Al fin! Ahora se le presentaba en bandeja de plata la oportunidad de demostrar su superioridad a este estúpido patán que siempre le andaba humillando, aunque fuera sin querer, con su conocimiento empírico del campo. Se enteraría.

-Aun así, yo voy a entrar a cobrar la maldita liebre -se expresó ahora calmosamente el conde.

El tío Juan se alarmó. Lo veía venir.

-¡No entre a por la liebre, señor Conde, que no va a poder salir!... Mire osté, que la prudencia no está reñía con el valor -refraneó sentencioso el simple como si fuese su vida la puesta en un mal trance-; que hoy semos y mañá no; y el conde honrao, la pata quebrá y en casa; que es mejor no menear el arroz manque se pegue; que tan presto se va el cordero como el carnero; no vaya usté a dir por lana y se venga trasquilao, o lo que es pior, que no se venga; que bien se está San Pedro en Roma, ya que...

-¡Calla ya con tus refranes y consejas de viejas y no me importunes más!... Si tanto miedo tienes, puedes quedarte aquí, a salvo, como los cobardes. Supersticioso del diablo... ¡Pulgas, vamos!, ¡ven aquí!

El perro rastreador dio unos tímidos pasos hacia el conde, pero se detuvo repentinamente y tornó a cobijarse entre las piernas del rústico anciano.

-¡Ah, conque tú tampoco quieres venir!... Te han contagiado la cobardía...¡Pues bien!, está bien; iré solo.

Sin más se encaminó derechamente hacia el sotobosque, portando su moderna carabina bajo el brazo, vuelta a coger de manos del tío Juan, el cual hacía un último y desesperado intento para disuadir a su señor de realizar tal acto de locura, tamaña temeridad como era la de penetrar en el menguado bosquecillo.

-Señor... -rogaba el senil-, que más sabe el necio en su casa que el cuerdo en la ajena; vea que el que la lleva la entiende y el que la sabe la tañe, que...

El conde se volvió y le gritó al tío Juan haciéndose bocina con la mano junto a la boca:

-No se preocupe, tío Juan, que esto... más que un bosque es un bosquejo.

Satisfecho se sonrió para sí mismo de su ingenioso humor, a sabiendas de que el hombre de
campo carecía de sentido del humor. Este continuó instando a sus amo para que cejase en su
descabellado empeño, pero ya el conde había alcanzado las estribaciones del soto, probablemente dejando de oírle.

Quien necio es en su villa, necio es en Castilla, se dijo el tío Juan viéndole entrar en el tupido seto y perderse su figura estirada por entre los árboles y la espesa maleza que crecía profusamente por todo el terreno arbolado.
* * *
La primera impresión que recibió el osado conde fue la de inmensa profundidad; mostrábanse tan prietos los pinos carrasqueños, que resultaba de todo punto imposible vislumbrar al través de los troncos el páramo que, sin duda alguna, se extendía tras de ellos. Después de salvar los abundosos matorrales de la periferia del bosque, donde se mezclaban la jara y el tomillo, el lentisco y el romero, el junco y el madroño, la coscoja y el tojo, y diversos otros tipos de plantas propias de diferentes biotopos, la mayoría opuestos, los pinos, sólo los pinos; estaban tan juntos, que le resultaba difícil al noble cazador moverse con comodidad.

Esto es más grande de lo que parece desde fuera. Sólo con la madera de estos pinos tengo aquí una verdadera fortuna. Me reportará unos pingües beneficios su venta. ¡Y todo estaba aquí..., olvidado, dejado de la mano de Dios!

Se había desentendido totalmente de la pieza que entrara a cobrar, absorto en el cálculo de la
recién descubierta riqueza maderera que se le mostraba magnificente a sus ojos asombrados. No se escuchaba ni el gorjeo de los pájaros ni el rumor del viento entre los árboles; arriba, las copas se extendían a lo ancho, oscureciendo el seno del bosque. Pero el conde no reparaba en estos nimios detalles, y de haberlo hecho, no les hubiese concedido ninguna importancia; su carácter se habría impuesto.

Así que continuó recorriendo tranquilamente aquel aparentemente pequeño bosque de nada,
aquella isla nemorosa de escasa extensión naúfraga en la inmensidad del páramo desértico ibero.

Sus cuentas aumentaban el beneficio a medida que sus pasos progresaban por el terreno boscoso.

Tardó, pero al fin cayó en la cuenta. Aquí hay algo raro; esto no es normal. Una punzada de aprensión le hizo detenerse. Se volvió hacia el lugar por donde entrara: árboles y más árboles. Sólo troncos resinosos a todo lo que le permitía alcanzar la vista. Y maleza, mucha maleza. Incluso le parecía que no era tanta cuando él entraba. Esto no puede ser; no es posible. Él juraría que sólo había caminado una veintena de pasos por el interior del soto, no obstante, el páramo desnudo le parecía tan remoto como el lado opuesto de la Tierra. Aquello no era lógico, qué diablos. ¡Dios mío!...

Apresuradamente y con el corazón encogido de temor, regresó sobre sus pasos... Era dificultoso sin embargo el regreso: la abundante espesura se lo dificultaba. Se veía obligado a dar grandes rodeos para sortear los grandes matorrales que parecían avanzar y crecer, como adueñándose de todo el espacio disponible. Al cabo de un largo rato, continuaba sin vislumbrar claridad libre de arbolado.

No puede ser. Si ya llevo andando más... andado más camino del que hice para entrar. Y estos pinos no parecen ir a acabarse nunca... ¿Qué pasa aquí?...

Corrió, corrió cada vez a más y mayor velocidad, a pesar de su pánico creciente. En un topetazo, un encontronazo con el tronco de un pinato perdió la carabina, pero siguió corriendo, torpemente debido a la estrechez dejada por los árboles, haciendo caso omiso de la pérdida del arma. Se le sucedían los troncos en monótona secuencia pero nunca se distinguía la luz del espacio abierto anhelado; parecía estar oscureciendo paulatina y lentamente dentro del soto... aunque ¡sólo eran las ocho y media de la mañana!... fuera. Eso era fuera. Aquel era otro mundo. Ahora lo veía. Los desconchados troncos de los pinos se alargaban al infinito en altura, alejándose sus copas de la visión del hombre.

Sin cesar de correr, el conde comenzó a gritar histéricamente... mientras el verdor se expandía como la clara de huevo, anegándolo todo, invirtiendo claustrofóbicamente la realidad de un espacio abierto por la lobreguez de un sótano subterrenal de aire húmedo y frío.
* * *
Fuera, el tío Juan creyó percibir unos gritos de socorro, pero esta sensación sólo duró un momento; luego, nada. Lo achacó a un desvarío de su imaginación.

Miró al temeroso perro, acurrucado a sus pies, que, como él, mantenía la vista fija en el grupo de árboles cercanos.

-Hala, vámonos, Pulgas; que aquí ya no tenemos namás que hacer. El Señor tenga misericordia de su alma -dijo. Y persinándose, dio la espalda al bosquecillo, seguido de cerca por el perro, ahora ya más alegre.

Cuando se perdía la figura del tío Juan al otro lado de la loma, en dirección al gran caserío...
propiedad del ex conde, unos matorrales del borde de la isleta arbolada se agitaron. Con un ágil brinco, una liebre surtió al terreno despejado, y, luego de unas miradas asustadas en semicírculo, trotó con vigor inusitado, perdiéndose su grácil forma en la extensa llanura castellana árida y semidesértica. De haberla podido ver el tío Juan, habría jurado sobre la Santa Biblia que se trataba de la misma liebre que él hirió con su escopeta.

FIN
*

Obra de José Ruiz DelAm0r
Cuento incluido en el volumen UN BOSQUE FANTÁSTICO, finalista del I Certamen de Relatos Cortos Bosque de Cebrián, 2008

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viernes, 28 de octubre de 2011

CHEPELE

¿CHE PELE?
(origen de un apodo)
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Ellos ni tienen dinero
Aunque trabajan en bancos,
Giran al día muchas letras
Y abren cuentas a diario.
Los párvulos
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-¿Che pele?
-Pasa, pasa –concedió como siempre casi riendo la maestra al niño que aguardaba junto a la puerta entreabierta del aula, la cartera colegial en la mano derecha, hasta obtener permiso para franquear la entrada al aula -…, y ven aquí-. El chiquillo se aproxima con nerviosismo de culpabilidad-.
Vamos a ver, Juanito… ¿Cómo te llamas?
-Juanito…
-El nombre completo. Eso ya lo he dicho yo.
Risas de los alumnos, que le dan fuerza al motivo de ellas.
-¡Chiss…! Niños, silencio.
-Juan Fernández García, para servir a Dios y a usted –se extirpó de la garganta sin titubeos el niño.
-Bien. Y si puedes decir bien tu nombre ¿por qué no eres capaz de decir “se puede” en vez de “che pele”?... Venga, esfuérzate, di se puede.
-Se… se pue-de… -logró pronunciar el chiquillo con visible esfuerzo sobrehumano.
-Muy bien, Juanito… A ver si no se te olvida. Siéntate, anda.
Mientras Juanito toma asiento entre las risas ahogadas de sus colegas, la profesora comienza la clase de parvulario.
-Bien, niños; hoy vamos a estudiar la letra “ele”. Abrir la cartilla por la página que lleva dibujada un lápiz.
Y al poco, el incidente con Juanito queda una vez más olvidado por todos. Salvo quizá por Juanito.
***
Ha pasado algún tiempo y Juanito llega tarde de nuevo, algo bastante habitual en todos los niños normales. Tras tocar suave la madera con sus menudos nudillos, abre la puerta, dejándola entornada, y pasa al interior del aula, al umbral.
-¿Che pele?
-¡Pero… Juanito!... Yo creía que ya sabías decir “se puede” y que no volverías a hablar tan mal… Pasa, pasa; no tienes remedio.
La señorita se sentía desalentada ante tan insólito caso sintáctico.
Los compañeros de aula de Juanito le gastaban bromas inocentes, burlándose de su frase de permiso con el simple acto de remedarla, y le apodaron como “el Chepele”, sobrenombre que arrastraría durante el resto de sus días el muchacho.
*
Finalizaba el año escolar, cuando un buen día en que Juanito llegaba tarde, cosa corriente en él, sorprendió a maestra y alumnado, colegas suyos. Con clara voz y timble correcto, como si lo dijese bien de toda la vida, dijo:
-¿Señorita, se puede?
Con gran contento inicial para la maestra, nunca más se volvió a escuchar la confusa frase habitual en los labios de Juanito.
Desde aquel día, la señorita, la “seño”, siente que le han quitado algo a su clase de parvulario.
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Obra de José Ruiz DelAmor
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jueves, 13 de octubre de 2011

NEPTUNO

NEPTUNO

El dios Neptuno, rey del mar, siempre tiene puestas sus barbas a remojar; escribe cartas de amor a las sirenas con tinta de calamar, que envía por correo aéreo que llevan peces voladores a su destino de ultramar; trabaja en una forja marina al calor de un volcán submarino, donde utiliza al pez martillo para reparar su oxidado tridente y su corona de latón abollada; practica esgrima con los peces espada para desanquilosar sus músculos y hace equitación sobre caballitos de mar, a los cuales repone luego gratis las herraduras perdidas en las largas cabalgadas; pero, sobre todo, lo que más le gusta, es nadar: chapotear como un elefante marino y formar olas gigantescas como un cachalote; bebe leche de ballena y sorbe polos del Ártico, por el verano; por la noche arroja al cielo vespertino estrellas de mar, que previamente ha impregnado con la lava del volcán de un atolón polinesio, sólo por verlas brillar en los cielos; y luego se arropa para dormir en su manta raya eléctrica en el fondo de la fosa abisal de Las Marianas sobre un lecho de algas marinas.
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Obra de José Ruiz DelAmor
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viernes, 7 de octubre de 2011

GREGUERÍAS (1997)

GREGUERIAS (1997)

Al diseñar su hilado, alguna que otra araña se inspiró en las momias egipcias.

En cada lechuga se ocultan cuatro perdices.

La constante liza que enfrenta a las agujas de tricotar es la forma de luchar más constructiva que se conoce.

Los huevos abren siempre tarde sus paracaídas.

El buitre es un aplicado estudiante de anatomía.

El avión carece de inteligencia, de ahí su nombre.

El extintor echa espuma por la boca, babeando de gusto ante la vista del fuego.

Se hace un hato con los libros de texto para que no se les caiga sus conocimientos.

Los zorros están hechos unos ídem.

La interesada hora se casó con el oro alegando analfabetismo.

Las bellotas inventaron la moda del sombrero.

Las mujeres sobre todo han de mostrarse particularmente precavidas con los carteristas; estos no dejan de meterte mano.

Al elefante se le cae el moco.

Cuando se habla con el corazón la razón siempre está con nosotros.

Los árboles con nidos tienen la cabeza a pájaros.

Lo que más le molesta al ojal es que el botón le meta el dedo en el ojo.

Los callos han de sufrirse en silencio: calladamente.

La ira es un estado emocional imposible de mantener por mucho tiempo: se nos irá pronto.

Si el canto nos sale del alma, es obvio que los mudos carecen de ella.

El pintor que alcanza la fama no puede negar que logró el éxito por los pelos.

Los dedos escarban en nuestra cabeza buscando ideas.

La luna en cuarto menguante es una oblea de comunión mordida, o sea, la hostia.

La caja de caudales es una hucha con cinturón de castidad.

La enfermedad que más teme el elefante es la del moquillo.

Coche: metátesis consonante de choque.

Es curioso cómo las historias más largas que se cuentan son aquéllas a las que les falta el final.

El bolígrafo se desangra en su trabajo.

El volcán es un ezcema en la piel de la Tierra.

El lobo practica la operación quirúrgica conocida como lobotomía.

Cacofonía: robar por teléfono.

La mayor locura que puede cometer un loco es la de mostrarse cuerdo.

El reloj gira y gira, andando en círculos, en el desierto del tiempo.

El hacha está hecho un tal.

La avispa es una rara avis.

El plato es el escenario en el cual se desarrolla el espectáculo de la gula; si vacío, un plató del hambre.

El agua es ducha en limpieza.

Al cocodrilo no le gusta que le coman el coco.

El dogal es sólo para los perros dogos.

La corbata nos arroja los brazos al cuello como si fuese una amante de lujo.

Todos quienes le conocieron coinciden: el médico más severo habido fue Ochoa.

El sol sólo tiene un tono.

La lentilla mira las cosas despacio.

Tras unirse en matrimonio el búho y la ardilla ambos estuvieron de acuerdo en que su hogar más apropiado sería una buhardilla.

El caco se protege las manos con guante para preservar sus herramientas de trabajo.

El tenor canta a pleno pulmón y el pájaro a pleno plumón.

Un bebé es un adorno que se colocan las mujeres en sus brazos.

¿Quién está hecho un pájaro?... Naturalmente, un ídem.

El enojo se denota sobre todo en la mirada: en-ojo.

Cuando el arco sufre arcadas es cuando vomita flechas.

La cirujía más de moda siempre será la costura.

El libro siempre se muestra dispuesto a enseñarnos su entrepierna.

La Q lleva el cigarrillo apagado.

Calvicie: deforestación capilar.

El puntero es un chivato.

Los desiertos estuvieron tan transitados que acabaron hechos polvo.

La guitarra se desmelena cuando se le rompe una cuerda.

El tarro tiene comida la cabeza.

A la luz le da miedo la oscuridad.

Era un loco que lo estaba tanto que incluso podía pasar por cuerdo.

La hembra del pez conocido como mújol es la mújel.

La D anda buscando su flecha.

El kiwi es una fruta con toda la barba.

El hombre es el único animal que anda a dos patas con dos patillas.

El océano no es más que una gran gota de agua salada.

El globo no particulariza nada, lo observa todo desde un punto de vista global.

El útero es un pozo lleno de gozo.

Las flores sí que se gastan una pasta gansa en perfume.

Los túneles son los agujeros negros de la carretera.

Los mejores arcones son los arcanos.

El sombrero es a la cabeza lo que el calzoncillo al sexo: cubre la escasez.

¿Cuál es la exclamación habitual del buscador de perlas?... ¡Ostras!

Lo que más les molesta a las puertas es que les hurguen con la llave en el ojo de la cerradura.

La razón de que la televisión enganche a la gente es que se la meten por los ojos.

La Gorgona fue una genial escultora.

Quienes se cubren la cabeza con la manta para dormir, protejen la intimidad de sus sueños.

La letra K lo pone todo en duda.

La sirena es la única fémina que se siente como pez en el agua.

Los cuadros pierden la cabeza por las paredes.

Como en el trabajo, en el ajedrez, el primer sacrificado siempre es el peón.

Los borrachos fueron deportistas: aún siguen tratando de conseguir la copa.

El peine intenta hacerse con una cabellera propia robando unos pocos cabellos en cada cepillado.

A los espermatozoides les encanta la espeleología.

La A se despatarra porque se trata de una vocal abierta.

Las patatas acaban grilladas con el tiempo.

Aquel novio se vio en la imposibilidad de poder pedir la mano de la joven que amaba al padre de ella: era manca.

El bolígrafo guarda su pene y cierra su bragueta cuando deja de joder al papel.

La tierra abonada tiene un pase.

Las patatas fritas están hartas de que siempre les toquen los huevos.

A los futbolistas no se les pueden reprochar sus meteduras de pata.

Los caballos son unos animales ligeros de cascos.

La limonada no es capaz de ver la viga en el ojo ajeno, pero sí la paja en el propio.

Cuando nos alimentamos cometemos un asesinato: matamos el hambre.

La Gorgona era una escultora tan excepcional, que con sólo un vistazo se quedaba con el modelo.

La única manera de que dos personas hablen sin tapujos es hacerlo desnudos.

La trompetilla es la hija con síndrome de Down de la trompeta.

El vigía se hace encaje con la mano para afinar la mirada.

La G es una letra fósil.

Lo que más le preocupa a un director de cine es que le corten el rollo.

Los Bancos son guarderías monetarias.

El mate, típica infusión argentina, se sirve al final de la partida de ajedrez.

El perchero es un tendedero de ropa seca.

El diván del lápiz es la oreja.

La mecedora duda entre avanzar o recular.

La gaita nos muestra el principio de la ventriloquía, canta con el estómago.

En el bosque, el primer árbol con el que uno se encuentra es el haya.

El deporte del water polo hace agua por todos lados.

El palmo lo inventó una mano muerta.

El frío se nos mete dentro del cuerpo, claro, para calentarse.

Los esquíes son arados de nieve.

Al tabaco, tarde o temprano acaban por bajársele los humos.

La sirena necesita una enorme cola para quedar satisfecha.

Pene: río de leches subterráneas que tiene su desembocadura en el útero.

La flecha es tímida: oculta la cabeza en el carcaj.

Los espejos de feria nos muestran espejismos de posibilidades físicas.

Al indígena americano no parecía importarle que se le viese el plumero.

El melocotón perdió su maquinilla de afeitar.

La verdura más estúpida es la calabaza.

La W es la M patas arriba.

El sonámbulo es un inconsciente.

El muelle es un retorcido.

El puntero es un acusica.
La inflación en España es tanta que ya es correcto escribirla con dos "ces"; en un futuro próximo hasta se podrá escribir con "h".
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Obra de José Ruiz DelAmor
Publicado en
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miércoles, 5 de octubre de 2011

LOS TOROS Y EL LEÓN

LOS TOROS Y EL LEÓN

(fábula)

Tres toros bravos marchaban siempre juntos para mejor defenderse contra los peligros y amenazas de otros animales cazadores. Uno era de piel blanca, el otro la tenía de color rojo y el tercero la lucía de negro. Los tres unidos por todas partes campaban seguros de sus fuerzas, pues las aunaban.
Un día vieron acercarse hasta ellos a un león y enseguida cerraron filas en estrecha formación.
Mas el león no mostró ninguna animadversión en la voz con que tranquilamente les habló:
-Nada teman de mí los señores toros,
Que el motivo de mi visita es amistosa,
Pues no me trae aquí sino otra cosa
Que la de que nos unamos juntos todos.
Si yo me uno a ustedes y vosotros a mí,
Ustedes podrán pastar la hierba sin ningún miedo
Mientras a su alrededor yo vigilándoles quedo;
No tendrá que estar uno de ustedes haciéndolo así.
El toro blanco era el más receloso y por eso aún más indagó:
-¿Qué ganas tú, león,
Con esta proposición?
El león no lo pensó y la respuesta pareció cierta:
-También yo me sentiré más protegido
Cuando llegue la oscuridad, mis amigos;
Hay muchos leopardos y tigres furtivos
Que me consideran como su enemigo.
Ustedes me pueden ofrecer protección
Como a ustedes también se la ofrezco yo.
En tanto los toros debatían el asunto entre ellos, el león se echó sobre la hierba y su frescor.
-Me parece que es sincero –dijo el toro rojo.
-Recelemos de él primero –opuso el toro blanco.
-Con nosotros no lo quiero –rechazó el toro negro.
Pero a lo largo del debate se fueron cambiando posturas y acabaron por consenso en aceptar la locura y creer en la posibilidad de que con ellos el león pudiera medrar.
-Bien, te concedemos el beneficio de la duda
Y estamos de acuerdo en aceptar tu propuesta,
León; tu lealtad se verá cuandos nos acuda
Un peligro o una amenaza desde la foresta.
El toro rojo hizo de portavoz, inclinado desde el principio a favor del león.
Y así, en los subsiguientes días, el león y los tres toros compartieron sus destinos, mostrándose pronto el felino como un socio inmejorable para asegurar la supervivencia de los miembros del grupo.
Un buen día el león departió aparte con el toro rojo en los siguientes términos:
-¿Te diste cuenta, amigo,
De que el blanco toro
Representa un peligro
Para todos nosotros?
-¿Y cómo es eso, león?
-Escucha mi explicación:
De día, en la sabana, su color blanco se destaca mucho, viéndose a gran distancia como una bandera blanca, y cuando llega la noche igualmente se le divisa como si fuera la luna brillando en la oscuridad.
-Creo que tienes toda la razón,
Pero ¿cuál sería la solución?
-Echarle de nuestra asociación.
-Es fácil que él nos diga que no
Y se niegue a dejarnos; mejor
Será si le damos muerte, león,
Sin que sepa nada de la cuestión.
Sacó pecho el león:
-Para eso está aquí un servidor.
Pero antes conviene convencer también
Al toro negro, para que esté de acuerdo
Y sepa que es para nosotros en bien;
Con todos en consenso, yo voy y le muerdo.
El toro rojo convino también en que era lo más adecuado informar al toro negro de la resolución tomada por ellos dos, y si el león solo se bastó para convencer a un toro sobre qué era lo mejor para el grupo, cómo entre los dos no iban a convencer a otro solo; a pesar de sus plañideros reparos, el toro negro fue convencido de la necesidad de librarse del toro de color blanco.
Exentos así el toro negro y el toro rojo del acto ejecutor, recayendo el hecho abominable sobre las espaldas del sufrido león, se mantuvieron aparte mientras se realizaba la eliminación del toro con color delator.
El león, así pues, dio buena cuenta de la vida del toro blanco al no encontrar ninguna oposición en una víctima confiada y desprevenida, que no esperaba tan artero ataque por parte de quien consederaba amigo. Cuando sólo restaron los huesos mondos y lirondos al cadáver del toro albo, inmolado en aras de la seguridad del grupo, los ahora sólo tres amigos continuaron con su camino y con su vida habitual en total armonía y hermandad.
Aunque desde el día en que se les uniera el león no volvieron a correr ningún peligro por el ataque de algún depredador, los toros convenían en que ahora parecían sentirse más seguros.
No obstante, bien que pasaron unos días, el león tornó a buscar la compañía en solitario del toro rojo sosteniendo con él una nueva conversación al respecto de la seguridad del grupo.
-Estoy preocupado.
-Sí, ya lo he notado,
Pero no sé la razón
De tu gran preocupación.
-La razón por la que no me alegro
Es porque nuestra vida está en peligro
Por la sola culpa del toro negro;
Con todo mi pesar lo atestiguo.
Le sorprendió al toro rojo tamaña revelación, creyendo como bien creía que con la supresión del toro blanco se hallaba cerrada la cuestión.
Así que preguntó con un temblor en la voz:
-¿Y cómo es la cosa así,
Que nada de nada yo sentí?
Contestó el león sin ninguna emoción:
-¿No os habéis fijado por ventura
Que si bien el toro negro se oculta
Perfectamente en la hora nocturna
Y en la profundidad de la espesura,
Cuando el día a la noche turna
El fuerte color de su piel oscura
Hace que el enemigo nos descubra
De una manera harto fácil y segura?
Os tenía por bestia instruida y culta
Que piensa con claridad y elucubra.
La evidencia de lo expuesto dejó al toro transido y traspuesto. Con tan colorido argumento el león acabó nuevamente por convencer al toro rojo de que la seguridad del grupo dependía de la eliminación del toro negro delator a su pesar de la presencia de todos.
Y nuevamente, claro, la mano ejecutora de la horrenda acción, en este caso, boca, sería la del león, viéndose el toro rojo libre del ejercicio de suprimir la vida de un congénere.
Así, el toro rojo se apartó lejos mientras el león daba cuenta del cuerpo sabroso del toro negro, no llegándole quizá hasta donde estaba ni los rugidos del león al cercenarle el cuello al toro negro.
Dada cuenta por parte del león del la totalidad de las carnes del toro negro, éste y el toro rojo prosiguieron su marcha en santa paz, secándose los huesos del toro negro al sol de África tras terminar de ser mondados por los buitres y los grajos
Transcurridos unos días el león se dirigió al toro rojo con la gravedad que el momento requería:
-Ahora sí me siento seguro.
Estuvo de acuerdo el toro rojo:
-Lo prueba que no pasamos apuro
Alguno desde que estamos solos;
La culpa era de los otros toros.
El león negó con la cabeza y aclaró la confusión:
-Amigo mío, no me refería a eso,
Sino a que te la he dado con queso:
Cuando os vi a los tres por el prado,
Unidos cual amigos, juntos en rebaño,
Me pareció un trabajo muy esforzado
Tratar de ocasionaros el menor daño,
Pues vi que vuestra unión era tan fuerte
Que evitaría que fueseis el almuerzo
De cualquier animal. Así pues, mastuerzo,
Me dije: Haz que cambie esta tal suerte,
Y me uní a vosotros como vuestro amigo
Para comeros; siempre fui el enemigo.
Contra tres toros a la vez no podía,
Pero de uno en uno la victoria es mía.
Y a continuación, con un rugido le atacó.
La moraleja de esta fábula que me refirió un amigo marroquí de Kenifra, y que él atribuyó a su abuelo, es clara y evidente, el viejo axioma de divide y vencerás, pero asímismo y para el caso puede valer:
La desunión de un grupo como empresa
convertirá a cada miembro en tu presa.
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Obra de José Ruiz DelAmor
Versión basada en un cuento popular marroquí
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domingo, 2 de octubre de 2011

PHI

PHI


16183398874989484824

(El quid de este microrrelato es construir una frase usando el valor de phi y adjudicando a las palabras el número de letras de su númeración correlativa.)


Y cuando a vosotros dos vea separados, entonces supondré difícil, duro, conseguir conectar, triunfar para socorrer todo elemento de vida.

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Obra de José Ruiz DelAmor
Microrrelato
Publicado en... (ya me acordaré)
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miércoles, 28 de septiembre de 2011

LA LUZ DE LA LUCIÉRNAGA

LA LUZ DE LA LUCIÉRNAGA

(fábula)

¡Cuántos, carentes de seso

mueren a causa del sexo!




Millones de minúsculos destellos luminosos poblaban el aire y la tierra de la oscuridad nemorosa, pulsando iridiscentes en la negrura del manto vespertino cuasi estival. Un macho joven de luciérnaga -osado sería denominarlo luciérnago- sobrevolaba el terreno con suma avidez, como otros muchos hacían, fijando sus ocelos afacetados en las luces destellantes para descubrir a la inequívoca hembra de su especie que se encontrase en estado receptivo para ser la engendradora de su prole, para diseminar en ella, en su interior cálido y acogedor, su preciada semilla reproductora; para un ojo humano, las luces que desprenden los extremos de las luciérnagas hembras pueden parecer iguales, sin diferencia alguna, pero para los machos de luciérnaga, más sutiles en capacidad, deben distinguir entre múltiples tonos focales cuáles pertenecen a su propia especie, pues no sería recibido con flores precisamente por parte de la hembra aquel que se equivocase de especie, yéndole la vida casi con toda seguridad en el error.

El macho referido halló al fin el faro que le conduciría a buen puerto, y se dejó caer a tierra apresuradamente; preciso era darse prisa, pues otro macho de su misma especie podría adelantársele. Aterrizado sobre la hojarasca del bosque, se movió raudo, sorteando ramitas y hojas briznadas, acercándose al motivo de sus desvelos. La hembra de luciérnaga seguía, sola, semioculta bajo una hoja, emitiendo incesantemente sus flases luminosos. El macho, ya muy próximo a ella, estudió los alrededores cerciorándose de ser él el único y primer llegado al reclamo apareatorio de la fémina. Visto el campo expedito, se detuvo, en la contemplación de la hembra y de su luz, aquella de muy superior tamaño al de él; por tal motivo las hembras de luciérnaga siempre le producían temor: sus superiores enormes dimensiones. Se aproximó con cierta cautela en principio pero acelerado al poco el paso, apremiado por el aroma de las feromonas que se desparramaban por el ambiente y por la cercanía de la hembra; embriagado de amor. Excitado, se abalanzó sobre el cuerpo calmo de la luciérnaga, que aún continuaba destellando, palpándola con sus extremidades por toda su fisonomía para aumentar así su emotividad receptiva. La hembra le dejó hacer sin inmutarse, aparentemente satisfecha y tolerante.

Improvisadamente, la hembra se movió bruscamente, atrapando y aprisionando al macho bajo su cuerpo, comenzando acto seguido a devorar despiada al torpe macho que no supo calibrar el mensaje de la llamada luminosa de la hembra de luciérnaga: no se trataba de un reclamo de amor, sino de una trampa para obtener una fácil cena.
Moraleja:

Nunca pierdas la cabeza por el sexo,

que no vale la pena morir por eso.
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Obra de José Ruiz DelAmor
De "Fábulas Fabulosas"
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domingo, 25 de septiembre de 2011

CIUDADES Y ESTADOS DE USA (Enclave)

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CIUDADES Y ESTADOS DE USA

(enclave)

(En la siguiente carta, que he remitido a mi amigo Gregorio he enclavado 16 nombres de las ciudades y/o estados de EEUU que he visitado en mi último viaje a ese país: Miami, Los Angeles, Santa Fe, Kansas, Oregón, Chicago, San Antonio, San Francisco, El Paso, Las Vegas, Reno, Texas, Boston, Denver, Filadelfia y Nueva York. Hállalos, que no te debe resultar muy difícil con tales pistas a la vista.)

¡Hola, Gregorio!

Mi amigo Tonio, de origen italiano, me llevó a jugar tenis con Francis, un chico que jugaba como los ángeles. Esperamos al autobús. Tonio me preguntó si sabía quién era Santa. "Felicidades", dijo cuando le contesté. ¿Cree que los españoles somos tontos? Y tú, ¿conoces a Sandokán? Sastre es su padre, lo cual le permite lucir un vestuario imponente. No lo sabía. Nos habíamos puesto frente a un charco, una rueda del bus no regó nuestros zapatos por poco. Una chica gozó viéndonos. Jugamos contra Francis a pesar de que tenía las manos lastimadas. "A ver si sanan", Tonio le deseó. Yo me concentré: "A ver si no me pasan". Francis cogía la bola como quería; hasta herido. Yo perdía el paso con facilidad. "No las ve"; gastaba saliva en vano Tonio por mi juego. Y Francis intentaba dirigirme: "¡Corre; no, vuelve!" Francis me hizo un set. Exasperante era su juego. En blanco. Las voces de ellos dos no me gustaban, ambos tonos eran desagradables. Me enfadé: "¡Que os den!" Ver cómo se burlaban de mi juego me airó, pero terminamos como amigos. El padre de Francis se empeñó en hacernos una foto. Nos pusimos en fila. Del fiasco del partido no te hablaré más. A pesar de todo, aquélla fue una experiencia nueva. York nos ofreció la madre de Francis para merendar. ¡Quién lo hubiera dicho!

Tu amigo Pepe

¿Has sido capaz de encontrar todas las ciudades y estados?

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Obra de José Ruiz DelAmor
Publicado por “Quijote” en foronetep
http://foronetep.foroactivo.net/t2405-encuentra-16-ciudades-y-o-estados-de-eeuu-en-este-texto
aunque sin pedirme permiso... gracias a eso he podido recuperar el texto pues se fue junto con todo el contenido de mi espacio en Microsoft al cerrarmelo WorldPress.
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jueves, 15 de septiembre de 2011

EL ORIGEN DEL MAR MENOR Y DE MURCIA


EL ORIGEN DEL MAR MENOR Y DE MURCIA


(apólogo)


El dios del mar, Neptuno, requirió en tiempos remotos en amores a la diosa de la belleza y del

amor, Venus.

-Y a cambio de mis favores, ¿qué piensas ofrecerme?... Porque no creerás que voy a

consentir en hacer el amor contigo a cambio de nada -objetó ésta.

-Dime qué quieres y te lo conseguiré. Palabra de dios -le dio opción a elegir el gordo dios

de los mares.

-Una piscina junto a la costa más hermosa y asoleada de la toda la Tierra es lo que quiero;

no me gusta bañarme en las aguas saladas del mar -fue la elección de la bella casquivana.

-Sea. Te la construiré.

-Vuelve cuando lo hayas hecho, no antes.

Neptuno se sumergió en las aguas marinas y partió en busca del emplazamiento adecuado a

los deseos de la caprichosa diosa. Llegó tras larga búsqueda al Sureste de la península ibérica,

a Hispania, y se dijo que no hallaría mejor lugar que aquél para su propósito. Sin salir del

agua se puso manos a la obra, construyendo en poco tiempo un istmo de rocas que aislaba

una sección del Mare Nostrum; desaló las aguas y arenó el fondo, y no se detuvo hasta no

quedar satisfecho de su labor.

-Me ha salido una piscina divina -se dijo pomposamente.

Y volvió al monte Olimpo, donde la hermosa.

-Venid conmigo, ya os construí vuestra piscina -le dijo a Venus.

-Vayamos pues a verla -aceptó la dea.

Cuando fueron llegados a las costas mediterráneas, la veleidosa diosa se mostró

insatisfecha del trabajo realizado por el obeso gobernante del océano.

-No me gusta; yo la quería más al interior.

-¿Qué?... Pero ¡bueno!...

-Ya lo sabes: más al interior; que no quiero que tú te pases el tiempo observándome

mientras me baño desnuda, pillín.

El razonamiento le pareció al dios traído por los pelos, pues para qué querría mirar si se iba

a acostar con ella antes, pero tuvo que aceptar el reparo por no perder el premio ansiado.

-Cuando la tengas hechas, vuelve -y la diosa se marchó al Olimpo de un salto olímpico.

Neptuno, pobre de él, penetró tierra adentro hasta encontrar una gran vega tras de unas

montañas. Considerando el locus adecuado para la piscina, el dios exclamó:

-¡Equilicuá! -que quiere decir "eureka" en latín vulgar, pues es de todos sabido que ni

cultos ni inteligentes eran los dioses romanos de aquellos tiempos arcanos.

Con sus enormes manos y con la ayuda inapreciable de su tridente, allanó el terreno aquí,

levantó un muro allá, hasta parecerle rematada la obra de embalse. Después se llegó a la

ribera del mar y, con grandes palmadas, golpeando el agua para producir inmensas olas, creó

un maremoto que inundó todas las tierras del Sureste de Hispania. Al retirarse las aguas en su

reflujo, quedó (como pretendia) anegada la nueva piscina. Volvió luego a la penosa tarea de

desalar las aguas marinas y arenar el fondo. Como resultas de esta faena, las tierras del

Sureste quedaron sembradas por los cadáveres de los animales marinos arrastrados tierra

adentro por el maremoto.

Entonces volvió a tornar al monte Olimpo en busca de la bella Venus.

-No está -le dijo un dios menor-, hace días que no se la ve por aquí... por estos lares.

Neptuno recorrió los siete mares y penetró en miles de ríos hasta dar con ella. Se bañaba en

las límpidas y transparentes aguas del lago Tiberiades.

-Tardabais tanto en realizar el encargo que yo misma me he procurado el baño -le dijo

impúdicamente la diosa, ya que iba desnuda-. Ya no tiene objeto vuestra proposición.

Neptuno montó en tal cólera divina por el desdén de la hermosa, que, volviendo donde

construyó la piscina,hoy la vega murciana, se lanzó en pompa al agua con toda su gruesa

humanidad inmortal y, braceando furiosamente, logró desaguar el estanque, haciendo ,que el

líquido retornase al mar que pertenecía. Luego, antes de penetrar en el Mare Nostrum, pisoteó

la piscina erigida junto al mar, quedando el Mar Menor como rastro de su paso. Se prometió

no volver nunca más al monte Olimpo, sede de todos los dioses, por no volver a las burlas de

la diosa.

Por otra parte, Murcia es uno de los nombres de la diosa Venus.




Y la moraleja que se desprende resulta evidente:


El amante despreciado

nos quitará lo donado.



FIN

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Obra de José Ruiz DelAmor
Cuento también publicado en mi blog
http://escritospanochos.blogspot.com/
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jueves, 8 de septiembre de 2011

NADA

NADA


La niña de tres años miró a su alrededor con cierta aprensión. Y luego llamó:
-¿Mamá?...
La madre no andaba lejos.
-¿Qué quieres, hija?
La niña respiró aliviada.
-Nada, mami.
Sólo era saber que estaba ahí.

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Obra de José Ruiz DelAmor
NADA, microrrelato incluido en el volumen de cuentos publicado por la Editorial Hipálage con el título de “A CONTRARRELOJ (I)”, 2007
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viernes, 2 de septiembre de 2011

CONOCIMIENTO

CONOCIMIENTO

Lo único que nos hace distintos del resto de animales es que lo sabemos. Que lo somos.
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Obra de José Ruiz DelAmor
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jueves, 1 de septiembre de 2011

LA PULGA ILUSA


LA PULGA ILUSA

(fábula en prosa rimada)

Una pulga se movía a su puro antojo por entre el pelaje frondoso de un chucho callejero piojoso, diciéndose a sí misma por no haber conyuge o esposo:
-¡Qué grandes son mis dominios!, ¡qué extensos mis territorios!, ¡cuán feraces surgen sanguíneos arroyos de mis bosques nemorosos! -se decía el insecto pulgoso sin ningún reparo escrupuloso.
Y picó con aire satisfecho la piel del can como quien muerde un trozo tierno de pan.
El perro se rascó presuroso el lomo ante el guizque arremetido y casualmente dio al escarbar con aquel aprendiz de gorgojo, vampiro chupador de sangre, consiguiendo un rápido desalojo con el movimiento de giro de su pezuña entre la pelambre.
-¡Me veo arrojado de mi hogar como un vulgar moroso!... ¿Dónde quedó mi reino sin par, mi enorme imperio glorioso?... -clamaba desolada desde el suelo de cemento la cuitada mientras el perro se alejaba aliviado del ligero sufrimiento.

Fin
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José Ruiz DelAmor
Murcia, 1 de abril de 2011
Publicado en Espacio de José Ruiz DelAmor
Publicado en SaneSociety.org
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CAPITALES ESPAÑOLAS

CAPÍTALES ESPAÑOLAS
(enclave)
(pasatiempo)

(En la siguiente carta que remito a un conocido, he enclavado el nombre de las 22 capitales españolas de provincia de la península que siguen a continuación en el texto: Ciudad Real, Málaga, Segovia, Zaragoza, Logroño, Lleida, Valencia, León, Orense, San Sebastián, Santander, Toledo, Sevilla, Jaén, Soria, Salamanca, Zamora, Ávila, Granada, Almería, Pontevedra y Cáceres, por las cuales ha transcurrido mi último viaje por la península ibérica.)

¡Hola, Sebastián!
Estuve en una ciudad realmente encantadora; aunque yo iba de mala gana, pues era mucho el trasego, vi a otros contentos. Mi intención era ira a cazar, a gozar..., y casi no lo logro. Ñoños los demás, querían ir calle por calle. Idas y venidas sin fin, contemplando ruinas que para nada valen. ¡Cianuro les daba yo!... Para entretenerme, leo; no mucho, ya que un señor, enseguida me señala un grupo de personas que pasan, Sebastián. Pasan tan derrotados y tristes que les dí limosna. ¿Cuánto le doy a ése? le pregunté al señor. No sé, villas pobres como ésta nunca había visto. Mil pesetas puse a una vieja en la mano. Lo mejor no es eso. Ríase: mi vecino no dio un duro. ¡Qué cosas!... A la manca que seguía le dí el resto de una vez. Amor a ratos hay que sentir por los demás. En la villa ésa vi la parte más negra de España; aunque los pobres vestían de rojo, el color grana dábales aspecto de muerte roja. Cuando los demás nada les dieron tampoco, me dije: Es preciso que me calme. Ría si quiere, pero tomé del puerto un arpón... ¡Te...!... Ve Drácula la maldad de mis compañeros de viaje y empalidece. Al final cacé reses humanas con el arpón.

Saludos de Pepe

¿Eres capaz de encontrar las 22 ciudades españolas?

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Obra de José Ruiz DelAmor
Agradezco a foronetep que me hayan publicado este pasatiempo (sin mi permiso) pues gracias a ello he podido recuperar este texto del cual no tenía copia (estaba publicado en mi espacio en WorldPress, que me fue cerrado inesperadamente)
http://foronetep.foroactivo.net/t2403-encuentra-22-capitales-espanolas-en-este-texto
No siempre que te “roben” resulta tan malo
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miércoles, 31 de agosto de 2011

EL ALFILERILLO


EL ALFILERILLO


Bicho cobarde,
ni come chicha ni carne.

Refrán


Ocurrió en un lugar de La Mancha, cerca de Chinchilla, en un año cualquiera durante la dictadura franquista, en una finca anónima, durante la época de recolección de las mieses.
En verdad que no eran precisamente opulentos los jornales que percibían los segadores, gente de paso, inmigrantes, trashumantes, en aquellos tiempos; ahora, las máquinas suplen a los jornaleros. De una jornada de casi doce horas de trabajo duro diario, había que descontar de la paga bruta la manutención, que corría a cargo del patrón ineludiblemente. Una lebrilla de gazpacho manchego insulso y varios panes caseros descomunales, de los llamados de carrasca, bastaban, según la apreciación de los patronos, para saciar las hambres atrasadas de aquellas gentes sin hogar fijo; menú que se repetiría a la noche. Pan con pan, comida de tontos, dice un refrán.
También había que descontar, por supuesto, el alojamiento que les ofrecía generosamente a aquellos aventureros sin lugar al que caerse muertos: un inmundo barracón destartalado, que ni para el ganado era adecuado, donde cincuenta personas o más -según la superficie de la finca o el volumen de la cosecha- habían de hacinarse, agavillarse, cada noche sin el menor derecho a la intimidad o a algún mínimo servicio higiénico privado. Para completar el triste cuadro, baste con saber que la mayor parte de los jornaleros llevaban a toda su familia consigo, mujer e hijos, y en algunos casos ancianos padres; también, qué duda cabe, las hijas.
Frío de noche y calor de día, sumados al hambre habitual, convierten a cualquier persona por encumbrada que fuere en miembro ferviente de esa secta de vividores a salto de mata bien conocida por sus mañas: el grupo de la picaresca. No surge otra opción que ejercer el florido oficio y arte de la picardía.

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Tras de haber almorzado, serían sobre la una y media, el peonaje que no cabía en el interior del angosto y poco ventilado barracón, que cuando menos defendía algo del fuego solar, estaba empentado de espaldas contra las paredes en sombra del exterior, o tumbado desmadejadamente sobre las garberas de espigas trigueñas apiladas aquí y allá, producto del trabajo reciente. A aquella hora el barracón comenzaba a convertirse en un horno, y muchos de dentro lo abandonaban, ya que el hedor humano se hacía más insoportable que el inclemente sol. Fuera, la tenue brisa incorporaba una nota de respiro a los cuerpos sudorosos.
Dos jornaleros charlaban cansinamente; mientras, observaban a las aves de corral de la hacienda en sus evoluciones para picotear grano o gusanos que escarbaban en la tierra.
-¡Maldita sea, tú!, ¡no puedo aguantar más esta comida todos los santos días!... Yo soy de Murcia y no estoy acostumbrado a comer siempre lo mesmo una y otra vez.
-Ya te acostumbrarás -afirmó filosóficamente su compañero.
-Eso lo dirás tu... Yo no lo creo -Ambos miraban fijamente el sucelento averío de gallinas, pavos y patos-. Hasta esos bichos comen mejor que nosotros. ¡Fíjate qué pechugazas que tienen!
-No quiero verlas.
-¡Si pudiéramos coger alguno...!
-¡Ni se te ocurra! Si el patrón te pilla... es capaz de meterte en la cárcel pa los restos.
-Tú lo has dicho: si me pilla. Pero a lo mejor es el mismo patrón el que me hace un regalo dándome alguna que otra ave -dijo para sí mismo el murciano ante la mirada de extrañeza de su colega.
-¿Qué tonterías estás diciendo?...
-Tú tiempo al tiempo.

* * *


Durante el mediodía de la jornada siguiente, la situación y escena venían a ser las mismas, con la única salvedad que representaba el bullicio de los críos que jugaban a la pídola, aun bajo un sol tan tórrido como lo fuera el del día anterior. Pero ya se sabe cómo son los zagales: culo veo y culo deseo, y bastó con que uno de ellos evolucionase inquieto, para que el resto sintiese una comezón que le impedía permanecer inactivo. Todavía no habían buscado la totalidad de las gentes refugio contra el lorenzo, y estiraban las piernas tras de lal frugal comida competitiva de costumbre; competitiva, ya que había que pugnar por introducir la rebanada de pan, a modo de cuchara, en el mojete mixto del lebrillo.
Algo apartado del resto, casi oculto de forma indolente tras de unas alpacas de paja, el murciano que el anterior día soñara ilusamente con el regalo de un ave de corral por parte de su patrono, observaba a un grupo de gallináceas -sólo gallinas y pavos, no había perdices- cómo se disputaban el grano que alguien había esturreado por el piso de un claro previamente.
Ese alguien había sido él mismo.
De pronto, uno de los pavos dio un grito agónico y ahogado, y torció su largo cuello en un espasmo malabar; volvió a gritar en un alarido estertóreo, y, dando un extraño e incongruente giro en el aire, cayó al suelo entre aleteos y pataleos convulsos, revoloteando algunas de sus propias plumas a su alrededor.
Si lo que el ave pretendía con sus gritos -en el ímprobo supuesto de que algo pretendiese- era atraer sobre sí la atención, lo consiguió sobradamente. Al poco, chiquillos y adultos de la más próxima cercanía se disponían en rededor del animal, que continuaba debatiéndose aún. Los peones del interior del barracón salieron fuera ante el tumulto ocasionado por sus compañeros de trabajo. El murciano, que se había alejado un tanto en principio, llegó de los últimos, a pesar de ser el primero en ver lo sucedido.
-¿Qué ha pasado? -preguntaban unos. Las mujeres preocupadas por la seguridad de sus hijos.
-Un pavo, que parece que le ha dado un patatús -contestaban otros, más enterados.
Pronto, también llegó el patrono apresuradamente, a pesar de sus rollizas carnes y oronda barriga.
-¿Qué pasa? -demandó autoritariamente.
Una abertura de acceso en el corro formado, para que el amo pudiese penetrar, fue la respuesta de los más cercanos.
-¿Qué ha pasado?... Decid -tornó a preguntar conminatoriamente.
-No sé... No sabemos... Nosotros acabamos de llegar y el pavo ya estaba así -le respondió una voz anónima.
-¿Alguien ha visto algo? -interpeló con menos altanería el patrón a los presentes.
Obtuvo silencio por respuesta.
En tanto que el señor se agachaba con reparos sobre el animal para examinarle, el murciano se abría paso lentamente entre el corro.
-¡La madre que parió al demonio traidos! -injuriaba el amo, seguramente a la mala fortuna.
-Patrón... -musitó alguien.
-¿Quién...? -miró el hacendado a los miserables de rostros sucios y tristes a su alrededor, encontrándose con la jeta expectante del murciano- ¿Qué?...
El de Murcia según sus propias palabras, carraspeó, se destocó de la boina y se rascó la cabeza por entre la escasez de sus cabellos.
-Verá usté, señor... Es que me parece que yo sí sé lo que le pasa al pavo -dijo el levantino volviéndose a colocar la boina.
-Habla -pidió sin suficiencia el amo y señor.
-Es que sucedió una cosa parecía en una granja en la que estuve trebajando hace tiempo, y el veterinario dijo que era la enfermedad del "alfilerillo". Ansí la llamó. Yo no sé qué quiera dicir eso, pero aquellos alimaluchos tamién se revolcaban de la mesma jorma que éstos de ahora de aquí.
El patrón dividió sus miradas entre el murciano y el pavo que se retorcía aún, aunque con menor energía.
-¿Y qué más sabes? -instó el señor al peón para que contase todo lo que supiera al respecto de la enfermedad- ¿Qué más dijo el veterinario en aquel caso?
-No me recuerdo mu bien, patrón -se disculpó el de Murcia con un ligero carraspeo-. El médico de animales dijo que aquello era una pidemia, pero que no solía durar mucho tiempo; pero que no se sabía de que hubiera alguna cura conocía.
"Una epidemia", pensó el patrón. "Claro, con toda esta gente tan guarra que viene... qué enfermedad no llevarán ellos encima".
-El patrón de aquel sitio le preguntó al médico -seguía diciendo el segador- si la carne de los bichos se podía comer, y le dijo que él le aconsejaba que no se la comiera, por si un caso; pero que no sabía de que nadie se hubiera muerto por comérsela, aunque... como se sabía tan poco de esa enfermedad...¿quién sabía?
El patrón quedó pensativo durante unos segundos.
-¡Conque el alfilerillo, eh!... -dijo, saliendo de su mutismo- Bien, tú, encárgate de enterrar al pavo lo más lejos posible -se dirigió al murciano-. Y mátalo en seguida, que no sufra más el pobre animal; que no tiene culpa ninguna.
Y con esto se fue hacia la casa principal, dando por finalizado el asunto. Por el momento.
El murciano, ayudándose de un palo, asfixió al animal quebrándole el cuello de paso, y cogiéndolo en brazos con afectados miramientos, tal como si portase una bomba de relojería a punto de estallar, se alejó con él campiña adelante seguido por las miradas atemorizadas de sus colegas. La gente, satisfecha su curiosidad, se desparramó, buscando de nuevo cobijo contra el solazo; sólo el hombre que el día anterior hablaba con el barriga verde permaneció viendo cómo aquél se alejaba más y más, siguiéndole poco después, cuando el resto había despejado el campo. Allí había gato encerrado.
Halló al murciano tras de una loma, lejos de las edificaciones. Cómodamente sentado sobre un talud, se dedicaba a desplumar al pavo con escaso éxito.
-Acércate -le invitó el de Levante al descubrirle.
-¿No lo vas a enterrar, como te ha dicho el amo que hagas? -preguntó cándidamente el llegado.
-¿Enterrarlo?... ¡Qué va...! Lo que voy es... a comérmelo.
-Entonces, ¿no está enfermo?
-Ni hablar del peluquín, éste está más sano que tú y que yo juntos.
-Ya me parecía a mí que había algo raro en todo esto. Era mucha casualidad que se jiñara el pavo cuando ayer hablábamos lo que hablamos... ¿Cómo lo has hecho?
-¿Cómo?... A lluego te lo explico. Ahora, lo más importante es, que, ya que has venido..., que te lleves el pavo ascondío en tu chaqueta por ande no te puá ver naide, y te lo lleves a angún sitio en el que esté bien juardao. A la noche lo pelamos y nos lo comemos lenjos de los emás. Yo gorveré a la casa como si ya lo hubiá enterrao, dentro de un ratico.
El otro segador obedeció, resignándose a esperar algún tiempo para el desvelo del truco que había usado su compañero. Tomó el pavo, liándolo en su chaqueta de pelcar, y se dirigió hacia el caserío dando un amplio rodeo. Al rato, el murciano también fue hacia allí, éste derechamente, tras fumarse un pito liado.

* * *

Cuando, a la noche, el resto del peonaje dormía o bailaba al son flamenco de las guitarras, después de su insulsa cena de pan, cena de la que así mismo habían participado el murciano y su amigo, éstos se encontraban bien lejos, sentados junto a una fogata observando el burbujear del agua que hervía en un balde de metal abollado y con algunas pérdidas en sus juntas.
-Bueno, cuéntame ahora cómo lo has hecho -le pidió al murciano el otro.
-Ahora, ahora...; no tengas priesas.
No reveló su secreto el de Murcia hasta que el ave no estuvo totalmente monda y lironda, tras hervir en el agua. Llegaba el momento de partir religiosamente el pavo; ambos tenían mujer e hijos que alimentar, y aquella carne les vendría como una bendición celestial.
-Bueno, querías saber cómo lo he hecho... Pues ahora verás -sacó una navaja albaceteña, de cinco muelles o esclates solamente, y cercenó el cuello del ave después de de habérselo tanteado, eligiendo el lugar para realizar el corte. Tomó algo entre el pulgar y el índice de la mano derecha y se lo mostró a su colega.
-Mira.
-¿Qué es eso? -cogió aquello el compañero sin entender todavía. Lo que fuera, tenía jirones de la carne y sangre del pavo-. ¡Ay!, ¡me ha pinchado!
-Claro, te ha picado -rio el murciano-; ése es el bicho que causa la enfermedad del alfilerillo.
El otro lo miró ahora detenidamente, limpiándolo a conciencia.
-Un alfiler... pinchado en un grano... de panizo -se dijo lentamente el peón- ¿...? ¡Ahora lo comprendo!... ¡Ja, ja, ja! ¡El alfilerillo!... ¡Ja, ja, ja..., pobre patrón!... ¡Qué tonto!... ¡Ja, ja, ja! ¡El virus del alfilerillo!...
Las risas y carcajadas de los dos hombres se estuvieron escuchando durante mucho tiempo en la clara noche estrellada del estiaje caduco.

* * *

No fue aquélla la única ocasión en que el virus del alfilerillo causó estragos entre el averío de la hacienda: dos días más tarde actuaba de nuevo. Y sobre una media de dos días más o menos, tornaba a caer una nueva ave víctima de tal enfermedad ignota. El patrón no disponía de tiempo para hacer que se personase un veterinario para ver si se podía hacer algo para cortar aquella lenta matanza en sus animales de corral. No fue preciso al cabo: la siega terminó y los peones inmigrantes camperos se marcharon hacia otros lares; la epidemia del alfilerillo se acabó al irse ellos. El patrón suspiró cuando observó que ya no se registraban nuevas muertes, y pensó: Si ya lo decía yo, que esa gente trae todas las enfermedades consigo.
Dos carretas, dos familias, se despedían en un cruce de caminos. Un cabeza de familia alababa el ingenio y la picardía del otro. Por algo murciar viene de Murcia.

Fin

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Obra de José Ruiz DelAmor
Este cuento fue premiado con el Accésit en el Certamen Literario de Bargas (Toledo) 2008
Publicado por el Excelentísimo Ayuntamiento de Bargas
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sábado, 27 de agosto de 2011

EL FUMADOR


EL FUMADOR

(microrrelato)

Era un fumador empedernido. Fumaba a toda hora como un carretero. El cigarrillo era en su mano un sexto apéndice. No verle fumando hubiese sido interpretado por cualquiera que le conociese como un indicio inequívoco de su ruina económica.
-Te vas a morir si sigues fumando de esa manera.
Le recriminaban todas sus amistades su mal hábito en manifestación de su indiferente preocupación por su propia salud.
-Un día dejaré de fumar. Prometido. Y no me costará ningún esfuerzo de voluntad dejarlo -decía él.
Nadie le creía.
Así pasó el tiempo hasta el consabido día en que dejó de fumar de modo radical, como dijo: Se había suicidado.
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Obra de José Ruiz DelAmor
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CAER

CAER
(microrrelato)

-Me caes mal, tío.
-Vaya, hombre, lo siento.
-Pero anímate, que podrías caerme peor.
-Gran consuelo.
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Obra de José Ruiz DelAmor
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martes, 23 de agosto de 2011

COLORES


COLORES


Un descanso en la batalla galáctica.

-¿Se sabe ya por qué la primera expedición que enviamos desde la Tierra fue atacada por los aborígenes de este planeta?

-Aún no, mi general. En lo que ha durado la guerra con ellos se ha podido constatar su evidente desequilibrio psíquico. Basta con observar sus cadáveres para apreciarse. Ved: todos llevan pintado el cuerpo con los más extravagantes colores. Deben de ser unos locos de atar. Parecen obsesionados por los matices y los tonos de los colores más… ¿cómo diría?..., chillones.

-Se dice que atacaron a la expedición con pistolas, aunque es bien cierto que en aquel ataque no sufrimos pérdida alguna.

-Así es, mi general. Con pistolas como ésa que se encuentra a sus pies.

-¿Ésta? -se inclina y la recoge del suelo.

El general la dispara hacia la tierra de nadie. Un chorro de corto alcance brotó del arma.

-Pero... ¡si es pintura!... Una pistola de pintura. Sólo querían pintar a los miembros de la expedición con colores, para que no se sintiesen fuera de lugar entre ellos.

-Entonces esta guerra es un error -constató el soldado mientras miraba directamente al rostro de su superior.

-Que quedará enmendado ganando la guerra –dijo aquél, y ordenó un nuevo ataque.

Fin
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Obra de José Ruiz DelAmor
Relato finalista en el V Concurso Internacional de mini cuento fantástico miNatura 2007.
http://www.eldigoras.com/premios/premios0567.html
http://axxon.com.ar/not/173/c-1730071.htm
Relato publicado en la revista digital miNatura nº 80
(pdf, 934.38 kb): http://www.megaupload.com/?d=AN1QT1OK
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viernes, 12 de agosto de 2011

SUPERACIÓN

SUPERACIÓN
(microrrelato)

El experimentado escalador alcanzó a la postre, tras arduo esfuerzo no exento de peligro, la
cima de la más alta montaña existente sobre la tierra, ascendiendo por su cara más impracticable,
proeza nunca intentada anteriormente por ninguna cordada.
Mas no se conformó con tal logro, único al haber sido una gesta en solitario, continuó ascendiendo,
dejando atrás y abajo, muy abajo, las recién conquistadas cumbres borrascosas.
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Obra de José Ruiz DelAmor
Finalista del...
Publicado en...
Al igual que el microrrelato "A la espera"
Revista digital Gaviotas de Azogue nº 62
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EL NIÑO Y EL BARCO DE PAPEL

EL NIÑO Y EL BARCO DE PAPEL

(fábula)

De una hoja de papel rayado que el niño arrancó a su bloc escolar, muy despacio para que le saliera lo mejor posible, haciéndole varias dobleces logró dar forma a la obra que pretendía: un barco, un barquito de papel; trabajo de unos astilleros al por menor. Papiroflexia. Habilidad recientemente adquirida en clase de trabajos manuales; para ser su primera figura de papel construida sin ayuda ni indicaciones externas no le había quedado nada mal. Luego, lo depositó cuidadosamente sobre las mansas aguas de la menguada corriente que nacía en la rotura de una cañería general, que afloraba a la superficie, que moría en la boca de una alcantarilla veinte metros calle abajo.

(La ilusión es un bajel
hecho en hoja de papel.)

El barquito comenzó a deslizarse en la corriente agitado mínimamente por el ímpetu de la escasa fuerza de su arrastre; el niño lo siguió como un perro fiel a su amo, saltando el curso del agua, brincando de un lado a otro, de ribera a orilla, para retirar los obstáculos que obstruirían -a pesar de la previsión algunos lo hacían- su derrota; la escasez de caudad del cauce daba como consecuencia que la quilla del barco rozase el asfalto irregular como si éste fuese un bajío de arrecifes. Antes de alcanzar el barquito la reja por la que se descolgaba al alcantarillado subterráneo el agua, cayó en una pequeña poza en donde giró varias veces sobre sí mismo, escorándose de babor; después, empapado el papel, se tumbó de lado, naufragando.

(La ilusión se deshoja
cuando el agua la moja.)

sábado, 6 de agosto de 2011

EL LOBO Y EL ZORRO

EL LOBO Y EL ZORRO

(fábula)

El lobo y el zorro decidieron aunar sus fuerzas y astucias respectivas para robar comida en una bien protegida granja. Juntos, consideraron posible el obtener éxito allí donde por separado fracasaban ambos. La granja estaba bien surtida de gallinas y conejos, de ovejas y bueyes, de patos y ocas, y toda suerte de animales de clase doméstica.

Una noche, oscura como boca de lobo, pusieron en práctica sus propósitos: robando al mismo
tiempo los dos y por separado, desde dos puntos opuestos, si uno era descubierto, el otro bien
podría conseguir suficiente alimento para saciarse juntos más tarde.


-Ve tú por la derecha, que yo iré por la izquierda -le propuso el zorro ladino al lobo feroz.


El lobo se marchó por su lado señalado, pero no lo hizo así el raposo, que permaneció escondido...
como a la espera.

Pasado un tiempo, el lobo fue descubierto por los moradores de la granja, arrinconándole en una
estancia y siendo encerrado en ella.


Ahora sí, el zorro entró en acción.


Los hombres de la casa se proveyeron de gruesas estacas y bastones y penetraron en el encierro
del lobo para molerlo a estacazos. Las mujeres trataban de ver desde fuera cómo el lobo ladrón era castigado: el espectáculo sería llamativo.


El zorro pudo penetrar impune y tranquilamente en todos los recintos de la vivienda. Sobre la
mesa del comedor se veía una enorme cazuela de pollo en salsa de tomate, de la que el zorro dio
cuenta reposadamente, sin prisa alguna.


Más tarde, se encontraron el lobo y el zorro en un cruce de caminos.


-¡Ay, ay, ay...! -se quejaba amargamente el lobo de las heridas recibidas.- ¡Qué paliza que me han dado esos brutos!... Menos mal que, por lo menos, tú sí habrás conseguido sacar algo de comida, y me podré consolar algo con el buche lleno, para variar, ya que las penas con pan lo son menos... ¡Venga para acá!, dame algo de comer.


El zorro no tenía nada comestible que ofrecer salvo la salsa de tomate que aún embadurnaba sus
morros.


-Sí, sí... Que te dé algo de comer. ¡Ay, si a mí también me cogieron los granjeros y me dieron tal
pie de paliza que me han abierto la cabeza por cien partes!... Mira cómo me chorrea la sangre de la cabeza.

En esto comenzó a desgranarse del cielo una fina lluvia, un sirimiri. El agua que caía fue
limpiando, lavando la cabeza y el hocico del zorro, dejando ver que no había sufrido ninguna
herida.


El lobo ya no necesitó nada más para comprender qué había sucedido en aquella noche aciaga de
marras.


-¡Maldito tramposo!, ¡tú hinchándote a comer mientras que a mí me hinchaban... pero a palos!...


Y fue tal su enojo, que del zorro sólo quedaron por allí, desperdigados, los despojos.


Moraleja:
Quien engaña,
tenga maña.



O también:

Un engaño al año
no produce daño,
mas no es conveniente
ser muy reincidente.



Fin

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Obra de José Ruiz DelAmor

De "Fábulas Fabulosas"

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