miércoles, 31 de agosto de 2011

EL ALFILERILLO


EL ALFILERILLO


Bicho cobarde,
ni come chicha ni carne.

Refrán


Ocurrió en un lugar de La Mancha, cerca de Chinchilla, en un año cualquiera durante la dictadura franquista, en una finca anónima, durante la época de recolección de las mieses.
En verdad que no eran precisamente opulentos los jornales que percibían los segadores, gente de paso, inmigrantes, trashumantes, en aquellos tiempos; ahora, las máquinas suplen a los jornaleros. De una jornada de casi doce horas de trabajo duro diario, había que descontar de la paga bruta la manutención, que corría a cargo del patrón ineludiblemente. Una lebrilla de gazpacho manchego insulso y varios panes caseros descomunales, de los llamados de carrasca, bastaban, según la apreciación de los patronos, para saciar las hambres atrasadas de aquellas gentes sin hogar fijo; menú que se repetiría a la noche. Pan con pan, comida de tontos, dice un refrán.
También había que descontar, por supuesto, el alojamiento que les ofrecía generosamente a aquellos aventureros sin lugar al que caerse muertos: un inmundo barracón destartalado, que ni para el ganado era adecuado, donde cincuenta personas o más -según la superficie de la finca o el volumen de la cosecha- habían de hacinarse, agavillarse, cada noche sin el menor derecho a la intimidad o a algún mínimo servicio higiénico privado. Para completar el triste cuadro, baste con saber que la mayor parte de los jornaleros llevaban a toda su familia consigo, mujer e hijos, y en algunos casos ancianos padres; también, qué duda cabe, las hijas.
Frío de noche y calor de día, sumados al hambre habitual, convierten a cualquier persona por encumbrada que fuere en miembro ferviente de esa secta de vividores a salto de mata bien conocida por sus mañas: el grupo de la picaresca. No surge otra opción que ejercer el florido oficio y arte de la picardía.

* * *

Tras de haber almorzado, serían sobre la una y media, el peonaje que no cabía en el interior del angosto y poco ventilado barracón, que cuando menos defendía algo del fuego solar, estaba empentado de espaldas contra las paredes en sombra del exterior, o tumbado desmadejadamente sobre las garberas de espigas trigueñas apiladas aquí y allá, producto del trabajo reciente. A aquella hora el barracón comenzaba a convertirse en un horno, y muchos de dentro lo abandonaban, ya que el hedor humano se hacía más insoportable que el inclemente sol. Fuera, la tenue brisa incorporaba una nota de respiro a los cuerpos sudorosos.
Dos jornaleros charlaban cansinamente; mientras, observaban a las aves de corral de la hacienda en sus evoluciones para picotear grano o gusanos que escarbaban en la tierra.
-¡Maldita sea, tú!, ¡no puedo aguantar más esta comida todos los santos días!... Yo soy de Murcia y no estoy acostumbrado a comer siempre lo mesmo una y otra vez.
-Ya te acostumbrarás -afirmó filosóficamente su compañero.
-Eso lo dirás tu... Yo no lo creo -Ambos miraban fijamente el sucelento averío de gallinas, pavos y patos-. Hasta esos bichos comen mejor que nosotros. ¡Fíjate qué pechugazas que tienen!
-No quiero verlas.
-¡Si pudiéramos coger alguno...!
-¡Ni se te ocurra! Si el patrón te pilla... es capaz de meterte en la cárcel pa los restos.
-Tú lo has dicho: si me pilla. Pero a lo mejor es el mismo patrón el que me hace un regalo dándome alguna que otra ave -dijo para sí mismo el murciano ante la mirada de extrañeza de su colega.
-¿Qué tonterías estás diciendo?...
-Tú tiempo al tiempo.

* * *


Durante el mediodía de la jornada siguiente, la situación y escena venían a ser las mismas, con la única salvedad que representaba el bullicio de los críos que jugaban a la pídola, aun bajo un sol tan tórrido como lo fuera el del día anterior. Pero ya se sabe cómo son los zagales: culo veo y culo deseo, y bastó con que uno de ellos evolucionase inquieto, para que el resto sintiese una comezón que le impedía permanecer inactivo. Todavía no habían buscado la totalidad de las gentes refugio contra el lorenzo, y estiraban las piernas tras de lal frugal comida competitiva de costumbre; competitiva, ya que había que pugnar por introducir la rebanada de pan, a modo de cuchara, en el mojete mixto del lebrillo.
Algo apartado del resto, casi oculto de forma indolente tras de unas alpacas de paja, el murciano que el anterior día soñara ilusamente con el regalo de un ave de corral por parte de su patrono, observaba a un grupo de gallináceas -sólo gallinas y pavos, no había perdices- cómo se disputaban el grano que alguien había esturreado por el piso de un claro previamente.
Ese alguien había sido él mismo.
De pronto, uno de los pavos dio un grito agónico y ahogado, y torció su largo cuello en un espasmo malabar; volvió a gritar en un alarido estertóreo, y, dando un extraño e incongruente giro en el aire, cayó al suelo entre aleteos y pataleos convulsos, revoloteando algunas de sus propias plumas a su alrededor.
Si lo que el ave pretendía con sus gritos -en el ímprobo supuesto de que algo pretendiese- era atraer sobre sí la atención, lo consiguió sobradamente. Al poco, chiquillos y adultos de la más próxima cercanía se disponían en rededor del animal, que continuaba debatiéndose aún. Los peones del interior del barracón salieron fuera ante el tumulto ocasionado por sus compañeros de trabajo. El murciano, que se había alejado un tanto en principio, llegó de los últimos, a pesar de ser el primero en ver lo sucedido.
-¿Qué ha pasado? -preguntaban unos. Las mujeres preocupadas por la seguridad de sus hijos.
-Un pavo, que parece que le ha dado un patatús -contestaban otros, más enterados.
Pronto, también llegó el patrono apresuradamente, a pesar de sus rollizas carnes y oronda barriga.
-¿Qué pasa? -demandó autoritariamente.
Una abertura de acceso en el corro formado, para que el amo pudiese penetrar, fue la respuesta de los más cercanos.
-¿Qué ha pasado?... Decid -tornó a preguntar conminatoriamente.
-No sé... No sabemos... Nosotros acabamos de llegar y el pavo ya estaba así -le respondió una voz anónima.
-¿Alguien ha visto algo? -interpeló con menos altanería el patrón a los presentes.
Obtuvo silencio por respuesta.
En tanto que el señor se agachaba con reparos sobre el animal para examinarle, el murciano se abría paso lentamente entre el corro.
-¡La madre que parió al demonio traidos! -injuriaba el amo, seguramente a la mala fortuna.
-Patrón... -musitó alguien.
-¿Quién...? -miró el hacendado a los miserables de rostros sucios y tristes a su alrededor, encontrándose con la jeta expectante del murciano- ¿Qué?...
El de Murcia según sus propias palabras, carraspeó, se destocó de la boina y se rascó la cabeza por entre la escasez de sus cabellos.
-Verá usté, señor... Es que me parece que yo sí sé lo que le pasa al pavo -dijo el levantino volviéndose a colocar la boina.
-Habla -pidió sin suficiencia el amo y señor.
-Es que sucedió una cosa parecía en una granja en la que estuve trebajando hace tiempo, y el veterinario dijo que era la enfermedad del "alfilerillo". Ansí la llamó. Yo no sé qué quiera dicir eso, pero aquellos alimaluchos tamién se revolcaban de la mesma jorma que éstos de ahora de aquí.
El patrón dividió sus miradas entre el murciano y el pavo que se retorcía aún, aunque con menor energía.
-¿Y qué más sabes? -instó el señor al peón para que contase todo lo que supiera al respecto de la enfermedad- ¿Qué más dijo el veterinario en aquel caso?
-No me recuerdo mu bien, patrón -se disculpó el de Murcia con un ligero carraspeo-. El médico de animales dijo que aquello era una pidemia, pero que no solía durar mucho tiempo; pero que no se sabía de que hubiera alguna cura conocía.
"Una epidemia", pensó el patrón. "Claro, con toda esta gente tan guarra que viene... qué enfermedad no llevarán ellos encima".
-El patrón de aquel sitio le preguntó al médico -seguía diciendo el segador- si la carne de los bichos se podía comer, y le dijo que él le aconsejaba que no se la comiera, por si un caso; pero que no sabía de que nadie se hubiera muerto por comérsela, aunque... como se sabía tan poco de esa enfermedad...¿quién sabía?
El patrón quedó pensativo durante unos segundos.
-¡Conque el alfilerillo, eh!... -dijo, saliendo de su mutismo- Bien, tú, encárgate de enterrar al pavo lo más lejos posible -se dirigió al murciano-. Y mátalo en seguida, que no sufra más el pobre animal; que no tiene culpa ninguna.
Y con esto se fue hacia la casa principal, dando por finalizado el asunto. Por el momento.
El murciano, ayudándose de un palo, asfixió al animal quebrándole el cuello de paso, y cogiéndolo en brazos con afectados miramientos, tal como si portase una bomba de relojería a punto de estallar, se alejó con él campiña adelante seguido por las miradas atemorizadas de sus colegas. La gente, satisfecha su curiosidad, se desparramó, buscando de nuevo cobijo contra el solazo; sólo el hombre que el día anterior hablaba con el barriga verde permaneció viendo cómo aquél se alejaba más y más, siguiéndole poco después, cuando el resto había despejado el campo. Allí había gato encerrado.
Halló al murciano tras de una loma, lejos de las edificaciones. Cómodamente sentado sobre un talud, se dedicaba a desplumar al pavo con escaso éxito.
-Acércate -le invitó el de Levante al descubrirle.
-¿No lo vas a enterrar, como te ha dicho el amo que hagas? -preguntó cándidamente el llegado.
-¿Enterrarlo?... ¡Qué va...! Lo que voy es... a comérmelo.
-Entonces, ¿no está enfermo?
-Ni hablar del peluquín, éste está más sano que tú y que yo juntos.
-Ya me parecía a mí que había algo raro en todo esto. Era mucha casualidad que se jiñara el pavo cuando ayer hablábamos lo que hablamos... ¿Cómo lo has hecho?
-¿Cómo?... A lluego te lo explico. Ahora, lo más importante es, que, ya que has venido..., que te lleves el pavo ascondío en tu chaqueta por ande no te puá ver naide, y te lo lleves a angún sitio en el que esté bien juardao. A la noche lo pelamos y nos lo comemos lenjos de los emás. Yo gorveré a la casa como si ya lo hubiá enterrao, dentro de un ratico.
El otro segador obedeció, resignándose a esperar algún tiempo para el desvelo del truco que había usado su compañero. Tomó el pavo, liándolo en su chaqueta de pelcar, y se dirigió hacia el caserío dando un amplio rodeo. Al rato, el murciano también fue hacia allí, éste derechamente, tras fumarse un pito liado.

* * *

Cuando, a la noche, el resto del peonaje dormía o bailaba al son flamenco de las guitarras, después de su insulsa cena de pan, cena de la que así mismo habían participado el murciano y su amigo, éstos se encontraban bien lejos, sentados junto a una fogata observando el burbujear del agua que hervía en un balde de metal abollado y con algunas pérdidas en sus juntas.
-Bueno, cuéntame ahora cómo lo has hecho -le pidió al murciano el otro.
-Ahora, ahora...; no tengas priesas.
No reveló su secreto el de Murcia hasta que el ave no estuvo totalmente monda y lironda, tras hervir en el agua. Llegaba el momento de partir religiosamente el pavo; ambos tenían mujer e hijos que alimentar, y aquella carne les vendría como una bendición celestial.
-Bueno, querías saber cómo lo he hecho... Pues ahora verás -sacó una navaja albaceteña, de cinco muelles o esclates solamente, y cercenó el cuello del ave después de de habérselo tanteado, eligiendo el lugar para realizar el corte. Tomó algo entre el pulgar y el índice de la mano derecha y se lo mostró a su colega.
-Mira.
-¿Qué es eso? -cogió aquello el compañero sin entender todavía. Lo que fuera, tenía jirones de la carne y sangre del pavo-. ¡Ay!, ¡me ha pinchado!
-Claro, te ha picado -rio el murciano-; ése es el bicho que causa la enfermedad del alfilerillo.
El otro lo miró ahora detenidamente, limpiándolo a conciencia.
-Un alfiler... pinchado en un grano... de panizo -se dijo lentamente el peón- ¿...? ¡Ahora lo comprendo!... ¡Ja, ja, ja! ¡El alfilerillo!... ¡Ja, ja, ja..., pobre patrón!... ¡Qué tonto!... ¡Ja, ja, ja! ¡El virus del alfilerillo!...
Las risas y carcajadas de los dos hombres se estuvieron escuchando durante mucho tiempo en la clara noche estrellada del estiaje caduco.

* * *

No fue aquélla la única ocasión en que el virus del alfilerillo causó estragos entre el averío de la hacienda: dos días más tarde actuaba de nuevo. Y sobre una media de dos días más o menos, tornaba a caer una nueva ave víctima de tal enfermedad ignota. El patrón no disponía de tiempo para hacer que se personase un veterinario para ver si se podía hacer algo para cortar aquella lenta matanza en sus animales de corral. No fue preciso al cabo: la siega terminó y los peones inmigrantes camperos se marcharon hacia otros lares; la epidemia del alfilerillo se acabó al irse ellos. El patrón suspiró cuando observó que ya no se registraban nuevas muertes, y pensó: Si ya lo decía yo, que esa gente trae todas las enfermedades consigo.
Dos carretas, dos familias, se despedían en un cruce de caminos. Un cabeza de familia alababa el ingenio y la picardía del otro. Por algo murciar viene de Murcia.

Fin

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Obra de José Ruiz DelAmor
Este cuento fue premiado con el Accésit en el Certamen Literario de Bargas (Toledo) 2008
Publicado por el Excelentísimo Ayuntamiento de Bargas
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sábado, 27 de agosto de 2011

EL FUMADOR


EL FUMADOR

(microrrelato)

Era un fumador empedernido. Fumaba a toda hora como un carretero. El cigarrillo era en su mano un sexto apéndice. No verle fumando hubiese sido interpretado por cualquiera que le conociese como un indicio inequívoco de su ruina económica.
-Te vas a morir si sigues fumando de esa manera.
Le recriminaban todas sus amistades su mal hábito en manifestación de su indiferente preocupación por su propia salud.
-Un día dejaré de fumar. Prometido. Y no me costará ningún esfuerzo de voluntad dejarlo -decía él.
Nadie le creía.
Así pasó el tiempo hasta el consabido día en que dejó de fumar de modo radical, como dijo: Se había suicidado.
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Obra de José Ruiz DelAmor
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CAER

CAER
(microrrelato)

-Me caes mal, tío.
-Vaya, hombre, lo siento.
-Pero anímate, que podrías caerme peor.
-Gran consuelo.
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Obra de José Ruiz DelAmor
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martes, 23 de agosto de 2011

COLORES


COLORES


Un descanso en la batalla galáctica.

-¿Se sabe ya por qué la primera expedición que enviamos desde la Tierra fue atacada por los aborígenes de este planeta?

-Aún no, mi general. En lo que ha durado la guerra con ellos se ha podido constatar su evidente desequilibrio psíquico. Basta con observar sus cadáveres para apreciarse. Ved: todos llevan pintado el cuerpo con los más extravagantes colores. Deben de ser unos locos de atar. Parecen obsesionados por los matices y los tonos de los colores más… ¿cómo diría?..., chillones.

-Se dice que atacaron a la expedición con pistolas, aunque es bien cierto que en aquel ataque no sufrimos pérdida alguna.

-Así es, mi general. Con pistolas como ésa que se encuentra a sus pies.

-¿Ésta? -se inclina y la recoge del suelo.

El general la dispara hacia la tierra de nadie. Un chorro de corto alcance brotó del arma.

-Pero... ¡si es pintura!... Una pistola de pintura. Sólo querían pintar a los miembros de la expedición con colores, para que no se sintiesen fuera de lugar entre ellos.

-Entonces esta guerra es un error -constató el soldado mientras miraba directamente al rostro de su superior.

-Que quedará enmendado ganando la guerra –dijo aquél, y ordenó un nuevo ataque.

Fin
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Obra de José Ruiz DelAmor
Relato finalista en el V Concurso Internacional de mini cuento fantástico miNatura 2007.
http://www.eldigoras.com/premios/premios0567.html
http://axxon.com.ar/not/173/c-1730071.htm
Relato publicado en la revista digital miNatura nº 80
(pdf, 934.38 kb): http://www.megaupload.com/?d=AN1QT1OK
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viernes, 12 de agosto de 2011

SUPERACIÓN

SUPERACIÓN
(microrrelato)

El experimentado escalador alcanzó a la postre, tras arduo esfuerzo no exento de peligro, la
cima de la más alta montaña existente sobre la tierra, ascendiendo por su cara más impracticable,
proeza nunca intentada anteriormente por ninguna cordada.
Mas no se conformó con tal logro, único al haber sido una gesta en solitario, continuó ascendiendo,
dejando atrás y abajo, muy abajo, las recién conquistadas cumbres borrascosas.
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Obra de José Ruiz DelAmor
Finalista del...
Publicado en...
Al igual que el microrrelato "A la espera"
Revista digital Gaviotas de Azogue nº 62
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EL NIÑO Y EL BARCO DE PAPEL

EL NIÑO Y EL BARCO DE PAPEL

(fábula)

De una hoja de papel rayado que el niño arrancó a su bloc escolar, muy despacio para que le saliera lo mejor posible, haciéndole varias dobleces logró dar forma a la obra que pretendía: un barco, un barquito de papel; trabajo de unos astilleros al por menor. Papiroflexia. Habilidad recientemente adquirida en clase de trabajos manuales; para ser su primera figura de papel construida sin ayuda ni indicaciones externas no le había quedado nada mal. Luego, lo depositó cuidadosamente sobre las mansas aguas de la menguada corriente que nacía en la rotura de una cañería general, que afloraba a la superficie, que moría en la boca de una alcantarilla veinte metros calle abajo.

(La ilusión es un bajel
hecho en hoja de papel.)

El barquito comenzó a deslizarse en la corriente agitado mínimamente por el ímpetu de la escasa fuerza de su arrastre; el niño lo siguió como un perro fiel a su amo, saltando el curso del agua, brincando de un lado a otro, de ribera a orilla, para retirar los obstáculos que obstruirían -a pesar de la previsión algunos lo hacían- su derrota; la escasez de caudad del cauce daba como consecuencia que la quilla del barco rozase el asfalto irregular como si éste fuese un bajío de arrecifes. Antes de alcanzar el barquito la reja por la que se descolgaba al alcantarillado subterráneo el agua, cayó en una pequeña poza en donde giró varias veces sobre sí mismo, escorándose de babor; después, empapado el papel, se tumbó de lado, naufragando.

(La ilusión se deshoja
cuando el agua la moja.)

sábado, 6 de agosto de 2011

EL LOBO Y EL ZORRO

EL LOBO Y EL ZORRO

(fábula)

El lobo y el zorro decidieron aunar sus fuerzas y astucias respectivas para robar comida en una bien protegida granja. Juntos, consideraron posible el obtener éxito allí donde por separado fracasaban ambos. La granja estaba bien surtida de gallinas y conejos, de ovejas y bueyes, de patos y ocas, y toda suerte de animales de clase doméstica.

Una noche, oscura como boca de lobo, pusieron en práctica sus propósitos: robando al mismo
tiempo los dos y por separado, desde dos puntos opuestos, si uno era descubierto, el otro bien
podría conseguir suficiente alimento para saciarse juntos más tarde.


-Ve tú por la derecha, que yo iré por la izquierda -le propuso el zorro ladino al lobo feroz.


El lobo se marchó por su lado señalado, pero no lo hizo así el raposo, que permaneció escondido...
como a la espera.

Pasado un tiempo, el lobo fue descubierto por los moradores de la granja, arrinconándole en una
estancia y siendo encerrado en ella.


Ahora sí, el zorro entró en acción.


Los hombres de la casa se proveyeron de gruesas estacas y bastones y penetraron en el encierro
del lobo para molerlo a estacazos. Las mujeres trataban de ver desde fuera cómo el lobo ladrón era castigado: el espectáculo sería llamativo.


El zorro pudo penetrar impune y tranquilamente en todos los recintos de la vivienda. Sobre la
mesa del comedor se veía una enorme cazuela de pollo en salsa de tomate, de la que el zorro dio
cuenta reposadamente, sin prisa alguna.


Más tarde, se encontraron el lobo y el zorro en un cruce de caminos.


-¡Ay, ay, ay...! -se quejaba amargamente el lobo de las heridas recibidas.- ¡Qué paliza que me han dado esos brutos!... Menos mal que, por lo menos, tú sí habrás conseguido sacar algo de comida, y me podré consolar algo con el buche lleno, para variar, ya que las penas con pan lo son menos... ¡Venga para acá!, dame algo de comer.


El zorro no tenía nada comestible que ofrecer salvo la salsa de tomate que aún embadurnaba sus
morros.


-Sí, sí... Que te dé algo de comer. ¡Ay, si a mí también me cogieron los granjeros y me dieron tal
pie de paliza que me han abierto la cabeza por cien partes!... Mira cómo me chorrea la sangre de la cabeza.

En esto comenzó a desgranarse del cielo una fina lluvia, un sirimiri. El agua que caía fue
limpiando, lavando la cabeza y el hocico del zorro, dejando ver que no había sufrido ninguna
herida.


El lobo ya no necesitó nada más para comprender qué había sucedido en aquella noche aciaga de
marras.


-¡Maldito tramposo!, ¡tú hinchándote a comer mientras que a mí me hinchaban... pero a palos!...


Y fue tal su enojo, que del zorro sólo quedaron por allí, desperdigados, los despojos.


Moraleja:
Quien engaña,
tenga maña.



O también:

Un engaño al año
no produce daño,
mas no es conveniente
ser muy reincidente.



Fin

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Obra de José Ruiz DelAmor

De "Fábulas Fabulosas"

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jueves, 4 de agosto de 2011

JEAN Y TARZÁN

JEAN Y TARZÁN
(microrrelato)

Jean solicitó el divorcio de Tarzán cuando descubrió que sólo estaba con ella porque le parecía muy mona.
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Obra de José Ruiz DelAmor
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NO DEBO OLVIDAR...

NO DEBO OLVIDAR DE QUE EN EL RELATO QUE TENGO QUE
PRESENTAR A CONCURSO DE LA II EDICIÓN DEL CERTAMEN
LITERARIO "RELATOS SIN ENTRAÑAS" ÚNICAMENTE PODRÉ
INCLUIR UNA SOLA FRASE FINAL, Y QUE AUNQUE ESTO
PAREZCA POCA COSA TIENE QUE RESULTAR SUFICIENTE

por José Ruiz del Amor

Bueno, menos mal que no lo olvidé.

FIN

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Obra de José Ruiz DelAmor
Microrrelato presentado al II Certamen de “Relatos Sin Entrañas”

Documento con todos los relatos presentados (doc, 241 kb):
http://www.megaupload.com/?d=OLLTCM3Q
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martes, 2 de agosto de 2011

PARÁBOLA DE LA HIGUERA ESTÉRIL

PARÁBOLA DE LA HIGUERA ESTÉRIL

(S. Lucas 13)

6 Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto de ella, y no lo halló.
7 Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?
8 Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone.
9 Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después.

¿? De este modo, el viñador pudo gustar un año más de los frutos de la higuera, cogiendo éstos antes de que el señor de la viña se presentase a hacerlo, tal como había hecho hasta ese momento en el pasado.
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Obra de José Ruiz DelAmor
De "Parábolas Bíblicas"
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LAS SIETE NOTAS MUSICALES

LAS 7 NOTAS MUSICALES
(chiste)

Un amigo le pregunta a otro:
-Oye, ¿tú te sabes las notas musicales?...
El otro responde tajante:
-Sí.
Y el primero le espeta con guasa:
-¡Pero ésa es sólo una, y las notas musicales son siete!
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Obra de José Ruiz DelAmor
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