miércoles, 5 de octubre de 2011

LOS TOROS Y EL LEÓN

LOS TOROS Y EL LEÓN

(fábula)

Tres toros bravos marchaban siempre juntos para mejor defenderse contra los peligros y amenazas de otros animales cazadores. Uno era de piel blanca, el otro la tenía de color rojo y el tercero la lucía de negro. Los tres unidos por todas partes campaban seguros de sus fuerzas, pues las aunaban.
Un día vieron acercarse hasta ellos a un león y enseguida cerraron filas en estrecha formación.
Mas el león no mostró ninguna animadversión en la voz con que tranquilamente les habló:
-Nada teman de mí los señores toros,
Que el motivo de mi visita es amistosa,
Pues no me trae aquí sino otra cosa
Que la de que nos unamos juntos todos.
Si yo me uno a ustedes y vosotros a mí,
Ustedes podrán pastar la hierba sin ningún miedo
Mientras a su alrededor yo vigilándoles quedo;
No tendrá que estar uno de ustedes haciéndolo así.
El toro blanco era el más receloso y por eso aún más indagó:
-¿Qué ganas tú, león,
Con esta proposición?
El león no lo pensó y la respuesta pareció cierta:
-También yo me sentiré más protegido
Cuando llegue la oscuridad, mis amigos;
Hay muchos leopardos y tigres furtivos
Que me consideran como su enemigo.
Ustedes me pueden ofrecer protección
Como a ustedes también se la ofrezco yo.
En tanto los toros debatían el asunto entre ellos, el león se echó sobre la hierba y su frescor.
-Me parece que es sincero –dijo el toro rojo.
-Recelemos de él primero –opuso el toro blanco.
-Con nosotros no lo quiero –rechazó el toro negro.
Pero a lo largo del debate se fueron cambiando posturas y acabaron por consenso en aceptar la locura y creer en la posibilidad de que con ellos el león pudiera medrar.
-Bien, te concedemos el beneficio de la duda
Y estamos de acuerdo en aceptar tu propuesta,
León; tu lealtad se verá cuandos nos acuda
Un peligro o una amenaza desde la foresta.
El toro rojo hizo de portavoz, inclinado desde el principio a favor del león.
Y así, en los subsiguientes días, el león y los tres toros compartieron sus destinos, mostrándose pronto el felino como un socio inmejorable para asegurar la supervivencia de los miembros del grupo.
Un buen día el león departió aparte con el toro rojo en los siguientes términos:
-¿Te diste cuenta, amigo,
De que el blanco toro
Representa un peligro
Para todos nosotros?
-¿Y cómo es eso, león?
-Escucha mi explicación:
De día, en la sabana, su color blanco se destaca mucho, viéndose a gran distancia como una bandera blanca, y cuando llega la noche igualmente se le divisa como si fuera la luna brillando en la oscuridad.
-Creo que tienes toda la razón,
Pero ¿cuál sería la solución?
-Echarle de nuestra asociación.
-Es fácil que él nos diga que no
Y se niegue a dejarnos; mejor
Será si le damos muerte, león,
Sin que sepa nada de la cuestión.
Sacó pecho el león:
-Para eso está aquí un servidor.
Pero antes conviene convencer también
Al toro negro, para que esté de acuerdo
Y sepa que es para nosotros en bien;
Con todos en consenso, yo voy y le muerdo.
El toro rojo convino también en que era lo más adecuado informar al toro negro de la resolución tomada por ellos dos, y si el león solo se bastó para convencer a un toro sobre qué era lo mejor para el grupo, cómo entre los dos no iban a convencer a otro solo; a pesar de sus plañideros reparos, el toro negro fue convencido de la necesidad de librarse del toro de color blanco.
Exentos así el toro negro y el toro rojo del acto ejecutor, recayendo el hecho abominable sobre las espaldas del sufrido león, se mantuvieron aparte mientras se realizaba la eliminación del toro con color delator.
El león, así pues, dio buena cuenta de la vida del toro blanco al no encontrar ninguna oposición en una víctima confiada y desprevenida, que no esperaba tan artero ataque por parte de quien consederaba amigo. Cuando sólo restaron los huesos mondos y lirondos al cadáver del toro albo, inmolado en aras de la seguridad del grupo, los ahora sólo tres amigos continuaron con su camino y con su vida habitual en total armonía y hermandad.
Aunque desde el día en que se les uniera el león no volvieron a correr ningún peligro por el ataque de algún depredador, los toros convenían en que ahora parecían sentirse más seguros.
No obstante, bien que pasaron unos días, el león tornó a buscar la compañía en solitario del toro rojo sosteniendo con él una nueva conversación al respecto de la seguridad del grupo.
-Estoy preocupado.
-Sí, ya lo he notado,
Pero no sé la razón
De tu gran preocupación.
-La razón por la que no me alegro
Es porque nuestra vida está en peligro
Por la sola culpa del toro negro;
Con todo mi pesar lo atestiguo.
Le sorprendió al toro rojo tamaña revelación, creyendo como bien creía que con la supresión del toro blanco se hallaba cerrada la cuestión.
Así que preguntó con un temblor en la voz:
-¿Y cómo es la cosa así,
Que nada de nada yo sentí?
Contestó el león sin ninguna emoción:
-¿No os habéis fijado por ventura
Que si bien el toro negro se oculta
Perfectamente en la hora nocturna
Y en la profundidad de la espesura,
Cuando el día a la noche turna
El fuerte color de su piel oscura
Hace que el enemigo nos descubra
De una manera harto fácil y segura?
Os tenía por bestia instruida y culta
Que piensa con claridad y elucubra.
La evidencia de lo expuesto dejó al toro transido y traspuesto. Con tan colorido argumento el león acabó nuevamente por convencer al toro rojo de que la seguridad del grupo dependía de la eliminación del toro negro delator a su pesar de la presencia de todos.
Y nuevamente, claro, la mano ejecutora de la horrenda acción, en este caso, boca, sería la del león, viéndose el toro rojo libre del ejercicio de suprimir la vida de un congénere.
Así, el toro rojo se apartó lejos mientras el león daba cuenta del cuerpo sabroso del toro negro, no llegándole quizá hasta donde estaba ni los rugidos del león al cercenarle el cuello al toro negro.
Dada cuenta por parte del león del la totalidad de las carnes del toro negro, éste y el toro rojo prosiguieron su marcha en santa paz, secándose los huesos del toro negro al sol de África tras terminar de ser mondados por los buitres y los grajos
Transcurridos unos días el león se dirigió al toro rojo con la gravedad que el momento requería:
-Ahora sí me siento seguro.
Estuvo de acuerdo el toro rojo:
-Lo prueba que no pasamos apuro
Alguno desde que estamos solos;
La culpa era de los otros toros.
El león negó con la cabeza y aclaró la confusión:
-Amigo mío, no me refería a eso,
Sino a que te la he dado con queso:
Cuando os vi a los tres por el prado,
Unidos cual amigos, juntos en rebaño,
Me pareció un trabajo muy esforzado
Tratar de ocasionaros el menor daño,
Pues vi que vuestra unión era tan fuerte
Que evitaría que fueseis el almuerzo
De cualquier animal. Así pues, mastuerzo,
Me dije: Haz que cambie esta tal suerte,
Y me uní a vosotros como vuestro amigo
Para comeros; siempre fui el enemigo.
Contra tres toros a la vez no podía,
Pero de uno en uno la victoria es mía.
Y a continuación, con un rugido le atacó.
La moraleja de esta fábula que me refirió un amigo marroquí de Kenifra, y que él atribuyó a su abuelo, es clara y evidente, el viejo axioma de divide y vencerás, pero asímismo y para el caso puede valer:
La desunión de un grupo como empresa
convertirá a cada miembro en tu presa.
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Obra de José Ruiz DelAmor
Versión basada en un cuento popular marroquí
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