miércoles, 28 de septiembre de 2011

LA LUZ DE LA LUCIÉRNAGA

LA LUZ DE LA LUCIÉRNAGA

(fábula)

¡Cuántos, carentes de seso

mueren a causa del sexo!




Millones de minúsculos destellos luminosos poblaban el aire y la tierra de la oscuridad nemorosa, pulsando iridiscentes en la negrura del manto vespertino cuasi estival. Un macho joven de luciérnaga -osado sería denominarlo luciérnago- sobrevolaba el terreno con suma avidez, como otros muchos hacían, fijando sus ocelos afacetados en las luces destellantes para descubrir a la inequívoca hembra de su especie que se encontrase en estado receptivo para ser la engendradora de su prole, para diseminar en ella, en su interior cálido y acogedor, su preciada semilla reproductora; para un ojo humano, las luces que desprenden los extremos de las luciérnagas hembras pueden parecer iguales, sin diferencia alguna, pero para los machos de luciérnaga, más sutiles en capacidad, deben distinguir entre múltiples tonos focales cuáles pertenecen a su propia especie, pues no sería recibido con flores precisamente por parte de la hembra aquel que se equivocase de especie, yéndole la vida casi con toda seguridad en el error.

El macho referido halló al fin el faro que le conduciría a buen puerto, y se dejó caer a tierra apresuradamente; preciso era darse prisa, pues otro macho de su misma especie podría adelantársele. Aterrizado sobre la hojarasca del bosque, se movió raudo, sorteando ramitas y hojas briznadas, acercándose al motivo de sus desvelos. La hembra de luciérnaga seguía, sola, semioculta bajo una hoja, emitiendo incesantemente sus flases luminosos. El macho, ya muy próximo a ella, estudió los alrededores cerciorándose de ser él el único y primer llegado al reclamo apareatorio de la fémina. Visto el campo expedito, se detuvo, en la contemplación de la hembra y de su luz, aquella de muy superior tamaño al de él; por tal motivo las hembras de luciérnaga siempre le producían temor: sus superiores enormes dimensiones. Se aproximó con cierta cautela en principio pero acelerado al poco el paso, apremiado por el aroma de las feromonas que se desparramaban por el ambiente y por la cercanía de la hembra; embriagado de amor. Excitado, se abalanzó sobre el cuerpo calmo de la luciérnaga, que aún continuaba destellando, palpándola con sus extremidades por toda su fisonomía para aumentar así su emotividad receptiva. La hembra le dejó hacer sin inmutarse, aparentemente satisfecha y tolerante.

Improvisadamente, la hembra se movió bruscamente, atrapando y aprisionando al macho bajo su cuerpo, comenzando acto seguido a devorar despiada al torpe macho que no supo calibrar el mensaje de la llamada luminosa de la hembra de luciérnaga: no se trataba de un reclamo de amor, sino de una trampa para obtener una fácil cena.
Moraleja:

Nunca pierdas la cabeza por el sexo,

que no vale la pena morir por eso.
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Obra de José Ruiz DelAmor
De "Fábulas Fabulosas"
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