sábado, 2 de julio de 2011

EL CERDO QUE QUISO SER HOMBRE


EL CERDO QUE QUISO SER HOMBRE

(fábula)

Érase que se era una vez un cerdo orondo, puerco, infuloso y tan lerdo, que ansiaba convertirse en un ser humano para abandonar su natural condición de marrano; esta era su ansia y manía uno tras otro día. Y sin encontrar –torpe de él- el remedio que le mudase de medio, se pasaba el día y la noche penando con gran derroche de ayes, suspiros y llantos; la causa de su disparatado anhelo le ocasionaba un constante desvelo, pues no lograba dormir entretanto.

Así, copió el animal cochino los mínimos gestos, los andares y ademanes y modales de los granjeros, sus amos, pero ¡ay! estos plagios incluso le resultaron tan fatales que la familia de cochiqueros ¡quita! dio en pensar que aquél era un cerdo algo raro, rarillo, muy cerca de ser un mariquita, y que en el mercado no se vendería caro.

Mas antes del advenimiento de la fecha señalada para que fuese sacrificado el cerdo con amaneramientos de maricón, acertó a pasar un buen mago justamente por el susodicho pago, y como resultaba ser algo vago, buscó en dónde echarse, algún rincón, que encontró debajo de un pino, donde descabezó una cabezadita –no le importó que fuera al raso- antes de proseguir su interrumpido camino. Cerca andaba el cerdo en apariencia mariquita, al que nadie le hacía puñetero caso.

El mago mágico despertóse de su reparador sueño cuando le pringó su mano toda con el hocico baboso el muy marrano, hallándose en tan mal paso.

-¿Qué deseas, amigo cerdo? –Y como era el dueño de la magia, maestro de un gran acerbo, le otorgó al triste cochino la facultad de expresarse en la lengua del mago, que no en chino, pues se trataba de castellano.

-Yo quiero ser hombre –dijo osado el gorrino.

-¿Para qué semejante desatino?

-No deseo ser un cerdo pueblerino.

-Bueno, sea como quieres pues, si tal es tu deseo. Mas como que mucho te dure el capricho no creo, te dejo la posibilidad de tornar a tu condición natural con que tan sólo digas la palabra mágica “¡Patatón!”, dicha con fuerza y en alta voz.

Y el mago se marchó por esos caminos de Dios, caminando tan campante, sin ser el mago de Oz, ni tan siquiera ser de Alicante.

El cerdo se miró, e igualito se vio a como era momentos antes. Y al cabo se durmió pensando que el mago de él se burló.

Se despertó al amanecer y no se lo podía creer: ¡era todo un hombre de muy buen ver!

Abandonó así, por supuesto, la granja y aquella apestosa zanja en la cual se metía cada día con suma alegría y se marchó a la ciudad más populosa que halló. Encontró trabajo y hogar en aquel mismo lugar, y se comenzó a adaptar a su nueva forma de vida, que fuera por él tan deseada y querida.

Mas tras vivir entre los hombres algún tiempo y tras ver cuán falsos eran en el templo, cabizbajos y religiosos dentro y fuera viles engañosos, repudió de ser más un hombre, por mucho que a alguien le asombre.

-¿Para qué quería yo ser hombre en vez de cerdo, a ver, si lo que quería ser ya lo era tal como Dios me hizo al nacer?

Y diciendo “¡Patatón!” se volvió a su condición más natural, la de ser un animal, sin dejar de ser un cerdo igual.

Moraleja:

¡Cuántos quieren mudar su condición
Sin saber que lo que quieren ya son!...


Pero aún no acaba aquí esta historia, a ella incluso todavía aún –valga la triple redundancia- podemos hacerla más bella.

El cerdo regresó nuevamente a su granja y a la, ahora sí, su querida lodosa zanja, y cambió hacia los demás su actitud, viéndole el resto de animales como un cerdo de gran virtud, y no como ellos eran tales…, unos grandísimos animales.

Con el hijo pródigo de regreso, se ganó en alegría entre los granjeros y toda la cochinería. Y así pasó algún que otro día.

Pero… como dice el refrán:

“No todos reciben bautismo
Ni todos observan lo mismo;
Y donde las dan las toman.”


Se llevó al cerdo una buena mañana el granjero en dirección directa… camino del matadero.
-No te me escaparás otra vez, marrano, que más vale pájaro en mano.
El cerdo no pudo decir ni “¡Patatón!” en el momento inesperado de su defunción. Fue troceado el cochino y vendido entre los vecinos del mismo pueblo del cual él fuera insigne convecino.
Y la última moraleja, que es además muy vieja, de esta manera reza:

“Cuántos, al cambiar de condición,
Le ponen fecha a su defunción”.

Así llegamos al FIN,
Como lo hará el delfín.

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Obra de José Ruiz DelAmor

De "Fábulas Fabulosas"

(Este cuento, una versión muy semejante, pues me he tomado la molestia de retocar la presente, forma parte del volumen titulado TE LO CUENTO de la Editorial Ábaco, publicado en el año 2006.)

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