UN ELEMENTO DE CAMPO
(adivinanza en prosa)
Corro y campo
(adivinanza en prosa)
Corro y campo
por el campo
Aunque inmediatamente por mi aspecto bien podría tachárseme al primer golpe de vista
de obeso, gordo, rollizo mantecas, bola de sebo (esto más acertado), gordinflas… y
cuantos adjetivos se utilizan para designar a alguien con abundancia de tejido adiposo –
esto en mí es aparente- y vida regalada y acomodaticia, aunque esto parezca de pura
lógica a cualquiera que me viese por primera vez y fuera de mi actividad acostumbrada,
nada más lejos de la verdadera realidad: Mi razón de ser y existir es el deporte y su
práctica.
Mi especialización es tan grande, que estoy perfectamente adaptado para el ejercicio
exclusivo de un único deporte… más o menos.
En mi favor diré que, cuando salto al terreno de juego, situado en pleno campo, nadie
corre y se esfuerza por participar tanto como yo en el juego, aunque, eso sí, no sudo la
camiseta, y esto es porque no la llevo puesta. Sí, señores, como suponen ya: juego
desnudo, en cueros, en pelota viva… como vine al mundo, tal y como siempre lo he
hecho desde tiempos remotos –aunque no demasiados- sin queja o protesta por parte de
nadie.
Como el resto de participantes en el evento deportivo, acabo embarrado y mugriento,
el color de mi piel, habitualmente blanco, tiznado por el verde del césped, sudoroso y
resobado y manchado por los escupitajos que, sin yo poderlo impedir, me arrojan casi
todos los demás que juegan conmigo; menos uno: el que menos me toca las pelotas.
Bueno, menos tres.
Durante toda la duración del lance, soy quien más golpes recibe; todos me patean, me
estrujan, me dan de cabezazos… ante la total indiferencia del juez árbitro de la
contienda. ¡Ya está bien la cosa!... Aunque alguna vez ocasional recibo alguna muestra
de cariño por parte de alguno: una abrazo, un beso, una caricia…, inmediatamente
después vuelven todos a golpearme con la misma saña con que lo hacían anteriormente.
Duran poco las alegrías en la casa del pobre. Y no se trata de ningún procedimiento para
hacerme adelgazar, eso seguro. Pues volviendo, ya en ello, a mi aspecto redondeado y
grueso, no lo he logrado a base de ingerir alimentos de modo desordenado, sino más
bien a causa de no probar bocado alguno; puede decirse con gran sentido de lógica que
me alimento de puro aire.
Viajo mucho, eso sí, yendo de campo en campo. Siempre el campo, siempre al
campo, siempre de campo. Aunque se podría pensar que tales desplazamientos deberían
suponer para mí un motivo de contento, una ventaja, al poder disfrutar de variados
ambientes, no es así ni mucho menos: todos los campos que visito son parecidos:
extensiones breves de terreno llano, sin árboles ni animales algunos (al menos de gran
tamaño, salvo los jugadores, si los consideramos animales, que la mayor parte del
tiempo como tal se comportan), con sólo hierba. Hierba unas veces alta y verde, otras
baja y rala y seca, y otras, las más, inexistente, lo que no es cambio agradable en el
panorama futuro, puesto que jugar sobre un terreno pedregoso me rasga la piel de forma
harto cruel a la larga.
Ya ven, qué triste vida la mía.
Otro de mis motivos de queja es el trato de indiferencia con el que soy dispensado. A
pesar de que mi colaboración y aportación en la victoria de uno de los dos equipos en
liza es fundamental, nunca, ni por pienso, se me agradece la labor realizada como se
debe. Talmente como si uno no existiera. Entre ellos se abrazan y felicitan, recibiendo
yo a lo sumo como premio una patada en las costillas que para nada viene a cuento, creo
yo. Ya puedes decir “¡Eh, que he sido yo!”, que nadie, absolutamente nadie, te hará
puñetero caso. Resulta bastante desagradable aunque nunca lo diga yo tanta ingratitud
por parte de todos, ¿no les parece?
Podría extenderme en cientos de detalles que les harían ver cuán desgraciada es mi
vida, pero dado que hacerlo no iba a cambiar para nada mi destino prefijado ya al nacer,
me callaré. Porque sí, porque… está mejor callado a fin de cuentas un balón de fútbol
como yo soy.
Fin
Aunque inmediatamente por mi aspecto bien podría tachárseme al primer golpe de vista
de obeso, gordo, rollizo mantecas, bola de sebo (esto más acertado), gordinflas… y
cuantos adjetivos se utilizan para designar a alguien con abundancia de tejido adiposo –
esto en mí es aparente- y vida regalada y acomodaticia, aunque esto parezca de pura
lógica a cualquiera que me viese por primera vez y fuera de mi actividad acostumbrada,
nada más lejos de la verdadera realidad: Mi razón de ser y existir es el deporte y su
práctica.
Mi especialización es tan grande, que estoy perfectamente adaptado para el ejercicio
exclusivo de un único deporte… más o menos.
En mi favor diré que, cuando salto al terreno de juego, situado en pleno campo, nadie
corre y se esfuerza por participar tanto como yo en el juego, aunque, eso sí, no sudo la
camiseta, y esto es porque no la llevo puesta. Sí, señores, como suponen ya: juego
desnudo, en cueros, en pelota viva… como vine al mundo, tal y como siempre lo he
hecho desde tiempos remotos –aunque no demasiados- sin queja o protesta por parte de
nadie.
Como el resto de participantes en el evento deportivo, acabo embarrado y mugriento,
el color de mi piel, habitualmente blanco, tiznado por el verde del césped, sudoroso y
resobado y manchado por los escupitajos que, sin yo poderlo impedir, me arrojan casi
todos los demás que juegan conmigo; menos uno: el que menos me toca las pelotas.
Bueno, menos tres.
Durante toda la duración del lance, soy quien más golpes recibe; todos me patean, me
estrujan, me dan de cabezazos… ante la total indiferencia del juez árbitro de la
contienda. ¡Ya está bien la cosa!... Aunque alguna vez ocasional recibo alguna muestra
de cariño por parte de alguno: una abrazo, un beso, una caricia…, inmediatamente
después vuelven todos a golpearme con la misma saña con que lo hacían anteriormente.
Duran poco las alegrías en la casa del pobre. Y no se trata de ningún procedimiento para
hacerme adelgazar, eso seguro. Pues volviendo, ya en ello, a mi aspecto redondeado y
grueso, no lo he logrado a base de ingerir alimentos de modo desordenado, sino más
bien a causa de no probar bocado alguno; puede decirse con gran sentido de lógica que
me alimento de puro aire.
Viajo mucho, eso sí, yendo de campo en campo. Siempre el campo, siempre al
campo, siempre de campo. Aunque se podría pensar que tales desplazamientos deberían
suponer para mí un motivo de contento, una ventaja, al poder disfrutar de variados
ambientes, no es así ni mucho menos: todos los campos que visito son parecidos:
extensiones breves de terreno llano, sin árboles ni animales algunos (al menos de gran
tamaño, salvo los jugadores, si los consideramos animales, que la mayor parte del
tiempo como tal se comportan), con sólo hierba. Hierba unas veces alta y verde, otras
baja y rala y seca, y otras, las más, inexistente, lo que no es cambio agradable en el
panorama futuro, puesto que jugar sobre un terreno pedregoso me rasga la piel de forma
harto cruel a la larga.
Ya ven, qué triste vida la mía.
Otro de mis motivos de queja es el trato de indiferencia con el que soy dispensado. A
pesar de que mi colaboración y aportación en la victoria de uno de los dos equipos en
liza es fundamental, nunca, ni por pienso, se me agradece la labor realizada como se
debe. Talmente como si uno no existiera. Entre ellos se abrazan y felicitan, recibiendo
yo a lo sumo como premio una patada en las costillas que para nada viene a cuento, creo
yo. Ya puedes decir “¡Eh, que he sido yo!”, que nadie, absolutamente nadie, te hará
puñetero caso. Resulta bastante desagradable aunque nunca lo diga yo tanta ingratitud
por parte de todos, ¿no les parece?
Podría extenderme en cientos de detalles que les harían ver cuán desgraciada es mi
vida, pero dado que hacerlo no iba a cambiar para nada mi destino prefijado ya al nacer,
me callaré. Porque sí, porque… está mejor callado a fin de cuentas un balón de fútbol
como yo soy.
Fin
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Obra de José Ruiz DelAmor
De "Adivinanzas Divinas"
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