domingo, 24 de julio de 2011

LA LIMOSNA


LA LIMOSNA


Actualmente, los pedigüeños han caído en el más miserable de los descréditos; nunca lo tuvieron en demasía, sobre todo en una entidad bancaria. Ya nadie ofrece generosamente su óbolo -que así también se llama a la limosna cuando es grande como un bolo, u otrosí, inexistente, según de falso sea- diario salvo los tradicionales, y se sabe que las tradiciones cambian, normalmente para peor, como el dinero de mano, y éstos, por tradición, dan poco. Y esto es debido (en mi modesta opinión) al equivocado método estándar (por el que no están por dar) que siguen los inopes (esta palabra, símil de pobre, se parece a miope por el poco dinero que ven), que, en nuestro recalcitrante empeño en negarles todo, asímismo dudamos de que sean ellos quienes más hambre tengan. ¡Tener esos desharrapados más necesidades que nosotros, que somos ricos!... ¡Habráse visto mayor desfachatez!

La palabra que nos ocupa, limosna, la limosna, tiene su progenitor en la lima rayadora, ya sea carcelaria o de carpintería, ya que en cada entrega, la limosna va limando nuestra economía. Y no hago referencia a la limosna volitiva, sino a la institucionalizada, léase impuestos; dicha limosna todos creen saber -yo también- que va destinada a las personas que menos necesidades sufren, y caemos en la cuenta, opinión generalizada en todos aquellos que entregan su óbolo (la opinión de quienes nada entregan -no digamos de quienes la reciben- es curiosamente contraria), que... de que no se nos pide una ayuda para el bienestar común, sino un estipendio para estimular (léase acrecentar) las arcas privadas de quienes nada bueno producen. En definitiva, consideran ser objeto de un fragante latrocinio; por eso todos los gobernantes se amarran a la poltrona con desesperación: ¡tanto como reciben y cuán poco dan!
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Obra de José Ruiz DelAmor
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