sábado, 2 de julio de 2011

UN ASESINATO CUALQUIERA

UN ASESINATO CUALQUIERA

(cuento averbal)

La noche negra, completamente oscura, bajo una enorme luna llena sobre una clara capa de estrellas titilantes, plena, en plena y exuberante primavera; el silencio momentáneo, preludio de una tragedia... El ambiente idóneo para un acto delictivo; o algo así. El escenario totalmente urbano, de cualquier ciudad de cualquier país, de cualquier barrio o calle arrabalero, y veloz el desarrollo de los acontecimientos.
La víctima cualquier hombre, eso sí, de aspecto acomodaticio, rollizo él; casi como un seboso cerdo; con imponente traje, elegante y caro a más y mejor; zapatos de fina piel: negros, puntiagudos, de innegable estreno reciente; camisa blanca de seda, limpísima, con un toque de plancha cuidadoso, con delicadeza...; gemelos de oro en los puños de la americana, pasacorbatas de plata en la horca de lujo, también de oro la cadena del reloj de saboneta dentro del bolsillo del chaleco de fantasía, cmo así el reloj de la muñeca izquierda -oro superfluo-, la cadena del cuello, los anillos de varios dedos, con brillantes relucientes u otros tipos de piedras preciosas, manos en tratos con una experta manicura (3.000 Ptas. la hora)... Todo en él caro, todo en él fino, de lo mejor del mercado. Hombre de negocios..., un prohombre; honrado, aunque con dudas, pero... ¿alguna demostración de lo contrario?... Todo en él, en su apariencia, nuevo, o casi nuevo, o de reciente estreno; hasta su susodicha honradez. Como tantos... o como muchos personajes, siempre todos de la alta suciedad. Perdón..., de la alta sociedad.
El repiqueteo de sus pasos lentos, calmos, por sobre el pavimento urbano, húmedo por el reciente riego del camión cisterna ayuntamental de las calles.
La tos: "Cof... cof...", el humo del cigarro habano, el escupitajo, el exabrupto: "Puta mierda, cochino tabaco..."
En la siguiente esquina de la calle, el asesino, el cruel y despiadado delincuente, el criminal sin entrañas... la escoria social, el desecho de la humanidad: marido de mujer enferma y padre de cuatro hijos, antes de cinco, el quinto hijo en el cementerio a causa del hambre, sin alimento suficiente para la subsistencia de los cuatro restantes, sin trabajo desde ya varios meses... regulación laboral en la empresa, pobre como las ratas y con su misma voracidad. La vida, las circunstancias o el destino. Pobre vestimenta y míseras zapatillas deportivas, barba de varios días y cabellos revueltos, dientes cariados y con sarro, manos callosas y sucias... Enclenque... enjuto, maloliente, hambriento y desaseado. En su mano siniestra, zurdo él, el instrumento criminal: un puñal o cuchillo -si tal, de cocina, seguro- (demasiadas sombras en el callejón para los detalles); o quizá un punzón de hielo herrumbroso. Cualquier objeto cortante o punzante apto, idóneo para el ilegal proceder del acto delictivo venidero.
La respiración... inexistente, el miedo en el cuerpo, el temor a la detención policial... Su muje, sus hijos hambrientos... la familia. La conciencia... la consciencia... y la rabia.
Los pasos, el sonido más recio, cercano, más próximos por momentos a la fatídica esquina... localización culminante del drama acaecedero... el acechante, expectante y alerta... dispuesto. Nadie por las cercanías del lugar, ninguna luz en las ventanas circundantes... sin sorpresas ni testigos. Todo dispuesto, todo perfecto.
De nuevo la tos del caminante nocturno: "Cof... cof...", del hombre gordo.. cigarro puro al suelo; de nuevo un exabrupto: "A la mierda, joder. Puaf...", el escupitajo. Los pasos...
Y al fin el ineludible encuentro de los dos hombres... en el punto culminante de la vida de uno de ellos. O, más bien, de su ocaso:
-¡El dinero... la cartera! -con apremio, un salto adelante, el arma, amenazadora, en ristre. Con decisión y fiereza intimidatorias.
-¡No! -la negativa con miedo, un paso atrás y la sorpresa en la redonda faz del hombre obeso de manifiesta opulencia; negación instintiva
irreflexiva.
-¡Rápido, coño! -nerviosismo manifiesto en el atracador despiadado, apremio urgente.
Uno con prisa, otro con desgana... Los dos con temor, aunque cada uno por diferentes motivos: miedo a la detención y pánico frente a la posible amenaza de muerte.
La respuesta del hombre rico a la urgencia del desposeído: un revólver en su diestra... licencia de armas... por protección. ¡Bang!, un disparo... un yerro y una defensa; la lógica defensa: cambio de papeles. El golpe, la puñalada, la asestada en el pecho. En defensa propia al final... Al fin y al cabo, en defensa propia, real pero baldío alegato ante un tribunal de justicia... la justicia al servicio del pudiente. La mirada incrédula del asesino, la mirada estupefacta de la víctima... ambos escépticos por el desarrollo inhabitual de los acontecimientos.
-¿Por qué? -el uno.
-¿Por qué? -el otro.
Un cuerpo al polvo, al asfalto, a tierra, polvo al polvo, cuerpo a tierra... El gorgoteo en la garganta, el ahogo, la asfixia...; el goteo de sangre, el reguero de sangre... de plasma sanguíneo, de liquido vital... La muerte.
El móvil, el de siempre: la posesión de bienes ajenos; el lógico y necesario... Registro minucioso pero rápido de los bolsillos del ya cadáver. Afuera dinero, joyas y oropeles... todo.
Luego, la huida apresurada del lugar, celérea escapada del lugar del crimen, del acto execrable y monstruoso. Pero ¿el monstruo, cuál de los dos?: ¿el vivo o el muerto?... ¿la víctima o su verdugo?... Realmente, quién.
En las propicias sombras de la noche... ¿tú o yo?
Silencio en la noche lóbrega.


Fin

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(Primer premio del Certamen de relato breve Delicias-S. Isidro-Pajarillos 2005. Publicado en la revista Aquí Delicias.)

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